jueves, 1 de diciembre de 2011

Escuchar a la tierra que habla, dulce y amarga

 

En el año 2006 conocí la obra y la humanidad de Julio Castro. Maestro y periodista, fecundo viajero por estas tierras. Una importante obra como pedagogo hoy todavía vigente en tiempos de sobrevaloradas ceibalitas.

Había fundado el ya mítico semanario Marcha junto a su gran amigo Carlos Quijano. Lo sacaron a luz el mismo año en que Onetti publicó “El Pozo” (1939). El propio escritor ya colaboraba con el semanario y era severo desde su sección “La piedra en el charco”, firmada con un simpático seudónimo: Periquito el aguador.

Julio Castro había nacido en Florida en 1908, en un paraje rural. El 1 de agosto de 1977 fue secuestrado, en un país atacado por una dictadura de cuatro años a la cual no temía. Estaba enfermo. Poco de él se supo desde entonces. O mejor dicho: los que sabían callaron, y lo siguen haciendo.

Hasta que la tierra nos habla. No pudieron con su cuerpo. Él espero hasta que la verdad osó encontrarlo. Guardó en su materia los signos del horror para que todos, 34 años después, los veamos.

No hay regreso, pero en algo alivia saber que hay verdad. No murió como dijeron, alguien ha gatillado. Silencio, reflexión, justicia y permitir -eso me lo enseñó el maestro Miguel Soler Roca- que las inquietas luces del pasado sigan iluminándonos.

Uno trata de ser objetivo, mirar los dos (o más) mostradores. En este caso, el de un inocente, el de un hombre fecundo, bueno, dado al prójimo, que ahora se sabe fue vilmente ejecutado, no queda más que acusar la ignorancia, la barbarie, la arrogancia de los que se creyeron más, erguidos sobre pies de barro. El mal, como ya se ha dicho, se viste de banalidad.

Hoy los medios hablan de lo que han silenciado.  

 

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