viernes, 23 de octubre de 2015

De réplicas y de infancia




Tengo pocas fotos de la primera infancia. Creo que podría contarlas con los dedos de ambas manos. No podré ver la imagen de mi madre esperándome aunque en mis rasgos nada puede negar que sea su hijo. Los años ochenta no fueron tan generosos para la fotografía doméstica, todavía en plena era analógica, no era tan fácil tener cámara, más si a uno le toca ser el cuarto hijo y el fragor de todo inicio se ha ido disipando. Todo comienzo tiene fotografías, ya no tanto la madurez de un matrimonio.

Mi hermana, con la que me llevo año y medio, me ha contado parte de la historia de esta foto custodiada por un abuelo postizo. Este, poco tiempo antes de morir, tuvo la lucidez de darse cuenta que su Bruno no tenía fotografías (hombre nacido a principios de siglo, seguramente no tenía tampoco las suyas y encontraba en ello una carencia). Así, en una visita que en familia hice a Montevideo, me llevó a ser fotografiado en un estudio de barrio. Tengo un recuerdo demasiado vago. Podría mentir incluso. Pero lo único cierto es esta imagen que entre otras ese buen señor eligió para tener en su apartamento montevideano que hoy habito. El actual hombre de la foto, veinte y tantos años después, celebra la determinación del abuelo y el ojo del fotógrafo para captar ese segundo en el que todavía me encuentro, imagen en que tengo la fortuna de encontrar a algunos de mis sobrinos.

Pocas décadas ya marcan suficiente distancia. Hoy disparamos fotos todos los días. Sin embargo, muy pocas dicen algo, muy pocas merecen la trascendencia, incluso para uno mismo. Las fotografías en papel supieron de otra elaboración, estaban más pensadas (¿más sentidas?), y al igual que las cartas tienen la dulce desdicha de envejecer con uno, lo que les da un sabor suplementario. No sé qué fotos veré en mi pantalla de 2050, a este ritmo habrá millones y de seguro no tendré siquiera tiempo para diferenciar cuál merece quedar fuera de un disco duro que se extingue.

A veces pienso (y no es consuelo) que mejor así, mejor pocas, que menos cantidad puede finalmente ser más.


viernes, 9 de octubre de 2015

Para dejar picando /10

Déjà vu: «Yo levanté un día una bandera de tradicionalismo y orientalidad. Quería encontrar con mis versos y mis canciones, ese calorcito local que nos redimiera. Hoy puedo vivir de mi arte: mis discos son los que más se venden, las ediciones de mis libros se multiplican, lleno los teatros en todos lados. Pero la radio y la televisión me rechazan. No hay lugar allí para las cosas serias. Y yo soy un investigador y creador serio».
Osiris Rodríguez Castillos, 1966


lunes, 5 de octubre de 2015

De mí

«A Lilia, tenés la cara redonda como tu abuela, así, bien redondita, no muy narigón, un poco a tu abuela Lilia… La cara, la forma de la cara, y en el entrevero él, muy simpático es tu hijo Raquelita… Linda dentadura, qué linda dentadura, seguro nunca estuviste en el dentista… A mamá te parecés, hasta a mi madre te parecés, cara redonda… Qué cosa… la barba bien oscura y el pelo bien negro, parece teñido…»

Tía Dora, la centenaria más uno.