jueves, 8 de diciembre de 2011

Agua del recuerdo


Blancarena

nada grandioso
salvo tu sencillez
tu mesura
quiero parecerme a ti
blancas arenas de río
bordeando tierras fecundas

**

nada perdido
laten sonidos
niño y hombre cantan
como cantará mi sangre nueva
en las cuerdas de tu tormenta

**

te he desafiado
soy joven
eterno mientras dure
te sigo retando
porque eres río
me conoces
tu agua no sabe de sales
tus fauces no ansían
ser mortaja todavía

Llena


Blancarena es un pequeño balneario del departamento de Colonia. Escasos quinientos metros de costa sobre el Río de la Plata. Olor a pino y eucalipto, tranquilidad que inunda en comunión con el agua serena. Claro que, cuando se ofusca, es tempestad de espumoso oleaje. El Plata brama iracundo y arrastra en su trémula carne la resaca de otros pueblos, rastros de otras vidas que orillan el Uruguay y el Paraná.

Conozco a Blancarena desde muy chico. Recuerdos de soleada niñez. Allí, un niño que fui, se enamoró de Lorena, una argentina de once años a quien nunca más vi. Algo brotaba en mis entrañas. Allí cobré mi primer trabajo, cuando el balneario ostentaba dos bailes y los autos rugían en las madrugadas veraniegas de cada fin de semana. Me levantaba con un frescor de cinco de la mañana que me llevó a descubrir nuevos rostros. Juntaba latas de cerveza, cadáveres olvidados en la noche.

Hoy, cuando cae el sol, la noche se desnuda en silencio. No se esconde en ruidos vanos. Las estrellas y la luna señorean, me llevan a otra noche vieja donde, subversivos, sacaron el colchón al patio que da a la calle de tierra. Ella los llamaba. Era un niño con su padre, sin miedo a que vuelva el día, sin temor de llenar con verrugas sus dedos índices. Lejos de la gran urbe (todavía lejos). Lejos del estupor de eléctrica luz que intenta socavar su misterio.

Hábil corredor entre hermanos mayores, esquivando candelas, cuando piedras volaron y vidrios sonaron. Largo camino sobre esa arena de río. Primeras pescas. Sonrisas. Amor en la arena. Mi sangre trotando los médanos.

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