miércoles, 14 de diciembre de 2011

Brevísima sobre el amor





CELESTINA – Sin te romper las vestiduras se lanzó en tu pecho el amor; no rasgaré yo tus carnes para le curar.
MELIBEA – ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de mi cuerpo?
CELESTINA – Amor dulce.
MELIBEA – Eso me declara qué es, que en solo oírlo me alegro.
CELESTINA – Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.

La Celestina (1501)
Fernando de Rojas

Los extremos se tocan. Se ha dicho que el amor feliz no tiene historia, que el amor que perdura es aquel conflictivo, pasional (padecer), esquivo. Ese amor tan cercano a la muerte, cercenado, se dirá, por esa guadaña que a todos nos junta, pobres y ricos, buenos y malos, ignorantes y eruditos…

Se ha dicho que el amor, sustancia espiritual, química, psicológica o vaya uno a saber qué, muere con el conocimiento. Esa magia inicial que nos turba no tardará en sucumbir al contacto con la amada. Es por ello que tanto inquieta el amor de lejos, aquel de ver y nunca consumar porque en ello se presiente la muerte. La llama que nace anuncia sus rescoldos. El amor muere o, como otros ven, muda en nuevas formas.

Tamaña tarea esto de pensar en él. Mejor es sentirlo y basta. El matrimonio y el amor no nacieron juntos. Si existe el amor es porque también existe el dolor y el odio, pues todo se define (o eso parece) en función de su contrario. En la hermosa Melibea caló el amor y ello truncó su vida. Celestina, vieja avara, alcahueta, lisonjera, lo ha descrito en su contradictoria esencia. No temamos el peligro.

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