jueves, 7 de enero de 2016

Por siempre teatro

Un encuentro con Roberto Jones

                                                 Foto difusión

No hace falta presentarlo. Roberto Jones carga sobre sus espaldas medio siglo de actividad en teatro, televisión y cine. Rostro reconocible, mirada aguda, palabras que saben caer en el lugar justo, la persona detrás del actor nos recibe en lo que pícaramente llamó “su oficina”, un típico bar montevideano sobre avenida Brasil.

El encuentro duró más de dos horas. Afable, dispuesto a complementar miradas entre dos generaciones, bien podría decirse que la entrevista fue mudando en charla. Entre un té mixto y un café, el intercambio fue tomando sabor y aromas, como si lo previo hubiera sido ese “prender el fueguito” del actor antes de subir al escenario y encenderse en escena.

La vehemencia es una de las características de este hombre interesado y preocupado por el mundo que nos rodea, ímpetu que lo aleja de lo políticamente correcto. Jones tiene su opinión y no escatima en plantearla. Sobrino del actor Juan Jones y casado con Teresa Herrera, sobrina de China Zorrilla, cuenta además con un pasado de militancia política que no le interesa suavizar, primero en el Partido Nacional y luego en el Movimiento de Liberación Nacional. Todo ello lo revela un personaje de muchas aristas que, a sus 73 años vuelve de su regreso a los escenarios con el unipersonal La memoria de Borges, actualmente y por decisión del actor, fuera de cartel. El tema del uso de los celulares en sala, la irresponsabilidad de cierto público y la tibia legislación al respecto, es desde entonces un tema de debate.

La memoria de Borges supo ser su despedida en 2010 cuando, aquejado por un problema neurológico que afectaba a su instrumento físico —el cuerpo— decidió retirarse. Desde entonces y hasta 2015, Jones se dedicó a dirigir un total de siete obras y a viajar, entre otros lugares a Estados Unidos, donde reside su hija y sus dos nietos. El actor fue verificando que su dolencia iba desapareciendo de a poco, con la consiguiente sensación de que podría volver a actuar. Así retomó la obra escrita por Hugo Burel e inspirada en su relación verídica con Jorge Luis Borges. El actor recuperaba su plenitud: “es muy simple, yo subo al escenario y soy feliz”.

En el 2012 el cine nacional contó con la actuación de Jones en el cortometraje Monstruo, aunque en la pantalla grande viene siendo, injustamente, un ilustre ausente.

Nace la vocación

“La vocación primero, después viene la pasión” aclara Jones. La misma fue surgiendo por influjo de su tío y de sus padres que lo llevaban al teatro, y de algún profesor de Literatura del liceo. En la Parroquia San Carlos Borromeo del Prado formó un grupo de teatro donde actuó por primera vez.

En 1960 se integró al Nuevo Teatro Circular de Convención y 18 de Julio, y apoyado por su tío comenzó a hacer pequeños papeles en televisión. Ya en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), como era común entre los estudiantes, empezó a realizar los llamados bolos, los cuales supieron ser “otro aprendizaje, por un lado tenías a los grandes docentes y por el otro un contacto con los grandes actores del Solís”. Con esto lograba un pequeño ingreso que le permitió dejar el estudio de la abogacía y su trabajo, la pasión comenzaba a ganar terreno.   

El español José “Pepe” Estruch fue, como para tantos, el gran maestro. Cuando la generación de Jones egresó de la EMAD, bajo la dirección de Estruch formaron el Grupo 65: “éramos once integrantes, el primer grupo donde comencé a trabajar profesionalmente con una obra de Lope de Rueda que tuvo muchísimo éxito ya de entrada. De ahí en adelante no dejé de actuar nunca más, hace de eso cincuenta años”.

—¿Para qué actuar?
Además de para cumplir con mi vocación, es un oficio muy antiguo, que nace en Atenas hace 2550 años, desde allí existe el teatro occidental. Su finalidad es la liberación del hombre. Entretener y educar, trasmitir pensamientos, valores, y ser espejo de la sociedad, de ahí proviene la palabra espectador. La sociedad se mira para emocionarse, divertirse, llorar, reír, poder cambiar. Como decía Lorca, una sociedad sin teatro es una sociedad ciega. Pero el teatro no puede ser amigo del poder político ni religioso ni económico. El arte es una resistencia al despotismo, es una expresión de libertad, de lo contrario no es arte.

—¿Cuánto de renuncia hay en la profesión del actor?
No es una renuncia, es una imposibilidad de estar en los momentos precisos y necesarios, en la familia por ejemplo, yo me perdí el nacimiento de mi hija por estar en un ensayo general; hay cumpleaños, bautismos, casamientos y uno tiene que estar en el teatro a la noche. Para el actor de teatro es complicado, lo pude retomar recién ahora que ya soy abuelo; estar los fines de semana con mi familia es una novedad para mí.

—¿Cuánto de triunfo y cuánto de fracaso conlleva?
Cuando uno empieza a hacer teatro no piensa en el triunfo y la fama, sí en hacer lo que a uno le gusta. El que determina no es uno ni los críticos, es el público, si te acepta una vez, dos, tres, y lo hace a lo largo de los años… El público es el gran soberano que está en las tinieblas y que observa y juzga. En el caso mío, soy un enorme agradecido ya que me permitió hacer teatro durante cincuenta años.

 —¿En cuánto ha cambiado el público en ese tiempo?
Lo primero que ha cambiado es el volumen. Cuando yo empecé había 120 mil espectadores y diez espectáculos. Ahora hay 60 espectáculos y 12 mil espectadores.

—Teniendo en cuenta el escaso público, ¿hay que “casarse” con el espectador?
No. Yo tengo que hacer lo que dicta mi oficio, mi vocación. También puede haber una soberbia del estilo “si a la gente no le gusta no me importa”. Uno tiene que saber trabajar para su pueblo, y no se puede dejar de hacer a los grandes clásicos. En el arte no hay ni viejo ni antiguo, hay bueno o malo. Los dramaturgos clásicos son los que pudieron superar su frontera, su lengua y el tiempo.

Una época oscura

—¿Tuviste que exiliarte?
Estuve preso en marzo del 72 en Punta Carretas, después de ahí me trasladan a la jefatura, a la comisaría y después salimos; otros quedaron. Me tuve que ir. Me echaron. No podía actuar y me exilié. Cuando hubo golpe en Argentina, mi mujer estaba embarazada y regresamos. Me dejaron hacer teatro independiente, pero me presenté al concurso de la Comedia Nacional y lo gané con el mayor puntaje junto con Levón, y no me lo dieron nunca. Y no me dejaban trabajar, conseguía uno y al otro día me decía el patrón: “ya cayeron los muchachos”. Tuve que volver a la Argentina. Ahí fue cuando empecé a trabajar con China en el interior, me conocí todo el país… Ya estaba liquidado el tema del MLN.  

—Sí, pero en el 76 asesinaron a Michelini, ya estaba el plan Cóndor.
Sí, regresamos la primera vez en ese año, unos días antes que los maten… Yo era muy amigo de Michelini y de “El Toba”. Querían que nos quedáramos. Pero el discurso de Videla del 29 de marzo fue muy claro: todos aquellos que hayan tenido un documento dado por el gobierno peronista no le será reconocido, y a quienes tengan antecedentes ideológicos en países fronterizos les exhortamos a que abandonen el país. El peronismo no nos había hecho mucho problema, nos dio enseguida documentos, en eso estaban a muerte con nosotros, todo lo que era antiamericano al peronismo le servía.

—¿Cómo conociste a China?
Primero la vi como espectador, después la conocí y fui amigo y colega, y más adelante, cuando me casé con una de sus sobrinas, pasé a ser sobrino político, aunque hasta que murió me llamó “sobrino”.

—¿Cómo fue tu relación con ella?
Excelente. Cuando estuve exiliado en el 74, la primera obra que hice en Buenos Aires fue una producción suya. Viví en su casa muchas veces. Luego, a partir del 78 y casi hasta el 80, hicimos gira por toda Argentina. Yo siempre digo que amigos tuvo muchos, colegas y parientes también, pero amigo, colega y pariente, solo yo.

Una tele sin humor

Jones trabaja en televisión desde los años sesenta, siendo él muy joven y el medio apenas naciendo. Son recordados, entre otros personajes, el del Flaco Cleanto y ya en los años ochenta, el personaje de El pensador. Asimismo integró dos programas que dejaron su marca: Telecataplum y ¡Plop! Sobre la actualidad del humor en televisión tiene algunos reparos.

—Hablame del Flaco Cleanto.
En el año 70 era un cómic, pero decidieron hacerlo en televisión. Lo hice durante una temporada, pero justo caí preso, un escándalo nacional ya que era un programa muy visto. Yo siempre digo que cuando me muera unos van a decir “se murió El pensador”, personaje que hice después; cuando caí preso Roberto Jones no existía, “Flaco Cleanto tupamaro” eran los titulares catástrofe.

—El ejemplo del personaje que se come al actor.
Sí, en ese momento yo era muy joven, no tenía una carrera atrás mío que superara al personaje, antes de ir a la televisión el personaje ya era popular, y con ella ya fue masivo. Denevi lo retomó al otro año y ya no lo hicieron más. 

—¿Qué te dejó la televisión?
Me dejó muchísimo, me enseñó a trabajar ante cámara. Se hacía mucha ficción, ahora no. Y el canal oficial no hizo nada. El partido que hoy es gobierno, cuando nosotros éramos gremio, siempre reclamó a los canales privados sobre el contrabando (cuánto le deja al fisco nacional lo que se trae de afuera) y la presencia de actores uruguayos en la televisión pública. Yo trabajé mucho en canal 5, pero en estos últimos diez años nada, cero, mal síntoma del canal y mal síntoma del gremio que se calla la boca —antes gritaba—, eso es poner la cultura al servicio de la política.

—¿Cómo ves el humor en la televisión actual?
Se supone que la televisión, además de ser una empresa y una industria, debe cumplir una función social que es cultural, tiene que estar la ficción y el humor, la comedia, que puede ser satírica o de otra variante. Pero hoy no hay humor. Hay que volver estúpida a la gente, y es más fácil hacerla reír que hacerla pensar, mejor que se ría por cualquier pavada que se cree que con eso se libera y no se preocupa más y no piensa. Eso empezó en Buenos Aires hace unos años… El gran último capo cómico fue Olmedo, después de él empezó la estupidización directa, es la mejor forma de dominar a las masas, transformándolas en estúpidas, la masa ya no piensa, la masa únicamente se divierte porque la vida se le complica pero se la complicamos más y le damos más anestesia… Dicen las cosas más atroces y pasan a la risa automáticamente, sin espacio para la reflexión.

De dramaturgos

—¿Cuáles son tus autores preferidos?
No son muchos. Por supuesto los tres clásicos griegos: Sófocles, Eurípides y Esquilo. Shakespeare, Lope de Vega, Ibsen, Chejov, y después los dramaturgos norteamerticanos: Tennessee Williams, O’Neill, esos creo que son los grandes maestros, cualquiera que quiera ser dramaturgo tiene que estudiar sus obras. Por ejemplo, yo nunca hice un clásico griego profesionalmente, pero los sigo estudiando. Y pude ver ocho versiones de Hamlet, el drama más grande de la humanidad.

—¿Dramaturgos nacionales?
Florencio Sánchez ni hablar, Carlos Manuel Varela, Ricardo Prieto, el que fui mi íntimo amigo, Alberto Paredes, Carlos Maggi, Leites que apuntó en algún momento, Jacobo Langsner, Juan Carlos Legido, Conteris, grandes, muy buenos dramaturgos hemos tenido.

—¿Brecht?
Voy a decir algo que no lo podés decir en Uruguay, porque sigue siendo un tótem. Sí, Brecht es un gran autor, su obra Galileo Galilei es de las mejores… Pero puso toda su vida al servicio de una dictadura, entonces no cumplió la finalidad que tiene el teatro. Nunca actué a Brecht pero lo dirigí. Incluso tiene la particularidad de que lo das a leer y no encontrás al marxismo allí. Al contrario, en Galileo se muestra a un hombre que lucha por la libertad de la ciencia, aunque no lo hace el comunismo en el gobierno.

—Relacionado a esto, explicame entonces lo del Zoilo guerrillero.
Ahí está, fue un error típico de los que estaba diciendo ahora, es poner el drama al servicio de la ideología. Era un momento muy especial y lo que hice fue una adaptación de Barranca abajo que coincidía con la llegada de los cañeros a Montevideo. Fue en el teatro Odeón, la obra transcurría tal cual era pero al final, Zoilo en lugar de matarse agarraba el fusil. Me dieron como adentro de un gorro, pero tanto la derecha como la izquierda, El popular me hizo pelota, ni hablar de El Día que me puso en el índex de ahí en adelante para siempre. Fue un error, un exceso de militancia. Era parte de los tupamaros, por eso lo hice, muchos integrantes del MLN, al igual que yo, fueron integrantes del Partido Nacional, Mujica es uno de los varios ejemplos.

Montevideo

Jones ama la ciudad en la que nació y eligió seguir viviendo, pero, como un ciudadano más, mantiene sus preocupaciones: “podría haber seguido en Buenos Aires pero elegí volver, cuatro veces me llamaron, cuatro volví. Pero a veces me quisiera ir, no quiero estar en este clima, en estas caras, en este relacionamiento, la seguridad, todos los días matan gente, trabajadores, hay miedo y éste causa odio, y el odio es la bronca contra cualquiera, es un estado del alma. Antes había una defensa, valores infranqueables”.

En ese clima de hostilidad, el actor celebra el hecho de que las expresiones artísticas sigan teniendo cabida: “es un milagro que exista La memoria de Borges, que la gente se tome el trabajo de ir a un museo o galería a ver obras de arte, al auditorio del SODRE en donde sí se están haciendo las cosas bien con la incorporación de Julio Bocca”.

Crear el personaje

Son decenas los personajes que Jones ha interpretado a lo largo de su vida. A los ya referidos en televisión, podemos señalar su particular interpretación en la tragedia Hamlet. Conversamos sobre su autodefinición como “máscara suelta” y la relación entre actor y personaje, capital en su última obra.

—¿Te seguís considerando una “máscara suelta”?
Me sigo considerando así. Por eso no puede estar más de cinco años en la Comedia Nacional que te asegura un sueldo, una jubilación si seguís allí, pero yo no me sentía bien. Es una gran institución que quiero y apoyo, pero yo no puedo hacer un papel si yo no tengo ganas de hacerlo, en un elenco estable, público o privado, uno tiene que acatar lo que le dan… y se expresa por contrato. Yo hice personajes que me gustaron mucho, pero ese sistema no me gusta, por eso decidí dejarlo. Y eso lo aprendí de personas como “Pepe” Estruch y otros maestros del teatro. “Si es necesario limpiar el piso —me decía Hugo Masa—vas a tener que hacerlo, pero hacé siempre lo que quieras hacer, porque esto es arte, el arte obligado no es”. Si hay un lugar de libertad es este, por eso los regímenes autoritarios de lo primero que toman poder es de la cultura.

—¿Con cuál mascara te identificas más?
Con la tragedia. Aunque la comedia me gusta mucho. Tiene que ver con mi manera de sentir. La tragedia te exige muchísimo más. Generalmente se dice que hacer llorar es más fácil, no es verdad, uno lo ve en la televisión todo el tiempo, la gente se pasa riendo y con cualquier pavada. Ahora, ¿cuándo se emociona realmente? Con la tragedia. Con la risa pasan dos cosas, o se entretiene y se olvida momentáneamente de sus problemas, o se puede liberar cuando se ve a sí mismo, se ríe de sí mismo, se reconoce y se puede producir el cambio, también con la comedia. Pero cuando el hombre llega al llanto es cuando se purifica, y eso se logra únicamente con la tragedia. Lo que diferencia al hombre de las otras especies es que es un ser creador, único, puede cambiar su entorno, su ser, su existencia… Eso se logra a través de la tragedia. La comedia tiene una parte satírica muy importante que es la crítica social, y hay momentos en que el humor es mas penetrante socialmente que la tragedia, y es difícil decirle que no desde el poder. Hay momentos en que el cómico cumple una función social.

—¿A que te referís con “fingir no es crear”?
Copiar, imitar, fingir es de lo peor en el arte.

—¿No es un artista el imitador? ¿Ni siquiera por acumulación de personajes?
Imitar es un don, pero no te transforma en un artista. El imitador parte del exterior, el artista parte de sí mismo, de su psiquis, y no importa en el arte que sea tal cual la realidad. Cuando yo trasmito un sentimiento, una emoción, y utilizo un lenguaje poético, símbolos, estoy creando algo desde mi psiquis, desde ella construyo otra, pero no le saco una foto y la copio. Yo puedo hacer a Borges, pero yo no lo imité. Es una construcción que trabajé desde adentro de acuerdo a lo que Borges me trasmitió.

—¿El personaje persigue al actor?
El personaje se diluye, como un cometa tiene una cola que hay que dejar diluir después de la función. Cuando se hacen muchas funciones, como antes que eran seis por semana, dura más, hay toda una técnica para desprenderse. Yo padre y abuelo, amigo, ciudadano, no tengo nada que ver con el señor que se mete en el camarín y sube al escenario, esa es mi profesión, no puede ser lo mismo, no puedo estar todo el tiempo así, me enfermo de hacerlo. De hecho le pasó al hermano de Chejov, Michael, cuando hizo Hamlet no pudo dejarlo, es tan fuerte la personalidad del personaje que se adueñó de su psiquis, empleó mal la técnica. El arte dramático puede potenciarte todo lo bueno y todo lo malo: si sos un poquito esquizofrénico te hace todo esquizofrénico, si tenés autismo te hace autista, si sos sensible te va sensibilizando cada vez más, si sos creativo te va enriqueciendo… Hay que ser conciente de que es un instrumento complejo. Porque nuestro instrumento es el cuerpo y la palabra, el mismo de nuestra persona.

—¿Hay conciencia del público al momento de actuar?
Es una esquizofrenia conciente, porque estás alerta de todo lo que sucede, que el caramelo acá, que sonó el celular, que se apagó esta luz, que no dije tal cosa, y sin embargo el personaje sigue.

—¿Tenés algún ritual antes de actuar?
Yo generalmente voy dos horas antes, preparo el físico con ejercicios de estiramiento y calentamiento de garganta, la energía empieza a salir a través de la voz y va calentando todo el cuerpo. Stanislavski decía que si al actor no le cambia el color de la piel, no escupe y no transpira es que no hay energía, hay que crearla antes, hay que prender el fueguito chiquito. Cuando uno sube a escena está además la energía del público que es muy fuerte. Cuando no hay público se nota, aunque a mí ya no me importa cuánta gente hay, un solo espectador ya me motiva para hacer la obra, esa persona que vino lloviendo, con un frío impresionante, merece toda la entrega.