viernes, 30 de diciembre de 2011

Luz para Luis

luz
para el hombre de luz
no vale la mancha
matando la magia
ahora siento
que fuiste padre
sin saberlo
juro
que seguirás siéndolo
has marcado el camino
te he seguido
porque pronto te vi digno
pradera de imágenes
aliento dulce
amor
sabes que vibro
sabes que muero
no vale la mancha
matando la magia
luz
más que nunca luz
para el hombre de luz


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Buitres


Se juega sucio. Estamos ante un ser humano que lucha y que, por si aún no alcanzara, es el mayor músico de rock que ha dado la Argentina, el más prolífico y seguramente el más digno. Lucha por su vida y lo hace con altura, la misma altura de sus casi cuarenta discos.

En un país de ídolos de pies de barro también florecen los artistas reales. Spinetta es uno de ellos. La prensa berreta, que tantas veces le dio la espalda, ahora se hinca sobre su padecer, quizá para disfrutar con la ilusión del gigante caído. Se equivocan.

¿Qué esperan de un hombre flaco que está haciendo un tratamiento contra un cáncer sino que se encuentre todavía más flaco? ¿Es necesaria la foto? Son fariseos que se regodean pensando en los billetes de otros fariseos que consumirán su basura periodística.

Respeten. Respeten. Respeten. Todo vuelve.

Les dejo un artículo de Eduardo Fabregat (Página 12) previo a la salida de la revista Caras. Analiza muy claramente el sucio manejo periodístico que se realizó sobre el tema. No estamos tan lejos.

 Opinión

Buitres

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Por Eduardo Fabregat

Lo sucedido el viernes pasado con Luis Alberto Spinetta vuelve a poner sobre el tapete esa cuestión de las responsabilidades periodísticas. O, quizá, el delgado límite que existe entre el periodismo y el amarillismo, entre el interés periodístico y la mentira lisa y llana que busca impacto, entre la búsqueda de la noticia y la buchonería berreta.

No puede decirse que la enfermedad del Flaco fuera vox populi en el medio, pero sí que había un puñado de allegados y periodistas que conocían su estado y guardaban un respetuoso silencio. En primer lugar, porque el periodismo serio siempre consideró “noticia” aquello que refiriera a la riquísima vida artística de Spinetta. Sólo a la prensa “del corazón” –por llamarla de un modo elegante– le interesó, por ejemplo, aquel sonado romance con una actriz y modelo, interés al que Luis respondió colgándose el cartel “No lea basura, lea libros”. Para los demás, Spinetta es material de títulos y coberturas por sus discos, sus conciertos, sus canciones. Lo único extramusical a destacar, en todo caso, es su militancia en la ONG Conduciendo a Conciencia y su presencia permanente junto a los familiares de las víctimas del colegio Ecos, y en actividades que buscan paliar el drama de las muertes por incidentes viales en la Argentina.

La gran mayoría de los periodistas no tenía interés alguno en dar la “primicia” de Spinetta enfermo de cáncer. Pero siempre hay alguien capaz de vender a su madre.

El viernes, el periódico sensacionalista Muy se cagó en la paz que necesita Luis Alberto Spinetta para su recuperación, en el respeto que pedían sus familiares, incluso (para entrar en terrenos ya no del “código” sino profesionales) en el abecé periodístico de chequear la información antes de publicarla. Sabían que nadie de su entorno les iba a dar detalles de lo que atraviesa el artista, y entonces sencillamente los inventaron. Lo imaginaron y lo retrataron al borde de la muerte, “muy grave”, rodeado por un pacto de silencio para no preocupar a los fans (?). Se sintieron satisfechos con ganar protagonismo con un título de alto impacto, aunque fuera una burda e irresponsable exageración del estado de Luis y el ánimo de sus familiares.

Rápidamente, el “Ultimo Momento” de La Nación dio por cierta y confiable la información de un periodicucho amarillo y la reprodujo sin más, iniciando el efecto cascada que se multiplicó con el correr de las horas. Provocaron miedo, tristeza, angustia, dolor, entre los miles y miles de personas que lo admiran y lo quieren. Provocaron arcadas entre los colegas que vemos salpicada –una vez más– la profesión por mercenarios sin el menor escrúpulo.

En un día horrendo, Spinetta se vio obligado a escribir una carta que pusiera las cosas en su lugar, y sus hijos Dante y Catarina salieron a difundirla por Twitter. En vez de continuar su proceso de recuperación y disfrutar las fiestas en tranquilidad, la familia Spinetta quedó en el ojo de un torbellino mediático, el aquelarre de lugares comunes y suposiciones que algunos disfrazan de periodismo. En vez de poner toda la atención en sobrellevar una situación de por sí complicada, debieron salir a poner paños fríos en un quilombo innecesario, a rebatir mentiras lanzadas liviana, irresponsablemente a un medio donde las redes sociales y conexiones electrónicas de toda clase multiplicaron tanta falsedad.

Para cerrar el círculo, allí comenzó la segunda parte del perverso dispositivo: una aún más detestable celebración de que el Flaco “confirmara” la primicia. Por la tarde, el “Ultimo Momento” de Clarín dio cuenta de la información con una pieza casi tan vomitiva como la de Muy: “Spinetta decidió hacer pública su enfermedad”, dice la nota, barriendo bajo la alfombra que lo que sucedió no fue decisión del músico, sino de los editores de un periódico del mismo Grupo Clarín. La hipocresía es tan flagrante que el artículo ni siquiera menciona el origen: se habla de “la publicación de un diario matutino”, de una “avalancha de versiones”, ocultando culposamente el lamentable rol jugado por un periódico hermano. Volvieron a esconderlo en la nota de su edición impresa del sábado, con la eufemística frase “La espiral de versiones luego de que un diario lanzara la información de que padece un cáncer terminal...”. Nadie levanta el guantazo que tira Spinetta cuando pide que “no tomen en cuenta las noticias que han generado los buitres de turno”. Clarín y Muy intentan disimular que los buitres a los que alude el afectado son ellos, y hasta alardean de sensibilidad por la “lucha” del músico. Agregan cinismo al daño.

Para algunos todo esto será una anécdota. Habrá quien incluso se sienta orgulloso, como parecían orgullosos los responsables de esa otra bazofia disfrazada de periodismo que botoneó a Sofía Gala fumándose un porro en un recital. Pero corren tiempos en los que el periodismo asume un rol activo y batallador, y este atropello doble, a Spinetta y al rigor periodístico, resulta especialmente significativo: sucedió en la misma semana en que el Grupo Clarín redobló sus titulares catástrofe hablando de proteger la verdad y la información. A Spinetta lo pisotearon y ofendieron, le faltaron el respeto y se cagaron en él, los mismos diarios embarcados en una supuesta cruzada por la libertad de prensa, que le faltan el respeto también al público con sus mentiras y la posterior ocultación del modo en que cocinan y aprovechan esas mentiras. Lo hicieron con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, lo hacen con la Ley que declara de interés público la producción de papel. ¿Por qué se privarían de publicar falsedades sobre un artista?

Finalmente, queda lo otro. La angustia real, sobre la que más vale no machacar. Luis Alberto Spinetta, uno de los creadores más grandes, más valiosos, más queridos de este país, está enfermo. Afortunadamente, responde bien al tratamiento, tiene médicos que saben lo que hacen y está contenido y acompañado por todos sus amores y amigos de hierro. Desde aquí sólo queda esperar y desear con el alma que salga adelante, y que algo de todo el amor, la fuerza, el cariño incondicional y la luz que miles de personas salieron a manifestar en estos días por todos lados, ayude en algo. Que la gente que ha recibido tanto a través de su arte pueda transmitir, devolver toda esa energía y ese calor. Y que los buitres de turno, tan chiquitos, tan canallas, queden aleteando en el vacío de su propia miseria.

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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Bienvenidos al tren




//f.web


Un puente, un hombre que corre, que salta en busca de algo, que necesita comunicar. Serse también en el otro, jugar, dar sabiendo que ello siempre implica recibir. Marcapiel del tiempo busca anclar en otros, compartir un algo de eso que llaman interior-alma-sentimiento, tifones que necesitan trascender la coraza de carne y hueso. Un cuarto inasible, una proyección de mí o, quizá, un ideal del yo.

Con ánimo digno, Marcapiel busca plasmar mis gustos, mis acechanzas, lo que me mueve, lo que me hace, por suerte, sentir vivo. El hilo vibra y nos prodiga su aliento. Vaya hermosura, vaya combustible para espíritus sedientos.

A veces me pregunto: ¿a quién le importará saber de esto? Pronto respondo: importa comunicar para ordenar(se). No importa cuántos, importa el camino hacia el ser. Y si se puede llegar a esa gente dispersa y querida mejor aún. En ellos estará elegir sumarse. Sean todos bienvenidos.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Piazzolla (1921-1992)


Quizá nada supere a Adiós Nonino.

Siempre imaginé al solo de bandoneón como puñaladas que juegan en la hondura. Al tiempo, leyendo una entrevista que María Esther Gilio le hizo al gran Aníbal Troilo, descubrí que en la jerga se hablaba de gatilladas, “¡Cómo gatilla el Gato!” recordaba Pichuco.

Eso de Gato fue el apodo con que lo bautizó el propio Troilo cuando, de muy joven, Piazzolla ingresó a su orquesta. Era por entonces un veinteañero con grandes ambiciones musicales que lo llevarían a recorrer el mundo en busca de su estilo, aquel que nunca dejó de estar aromado por el asfalto de Buenos Aires.

Comparto con ustedes una tremenda versión de Adiós Nonino, la composición que edificó a partir de la muerte de su padre en 1959. Vean la maravilla de la técnica, el ensamblaje de los solos de piano y violín con el resto de la banda. Pero, por sobre todo, sientan, viajen con el sonido del quinteto Astor Piazzolla. La fabulosa filmación sugiere un carácter casi épico, vean al gran Astor entrar en cuadro con su revólver mientras Pablo Ziegler, el pianista, termina de ejecutar las últimas sentidas notas de la introducción. Viajen con la gestualidad, sin temor al ataque.


miércoles, 14 de diciembre de 2011

Brevísima sobre el amor





CELESTINA – Sin te romper las vestiduras se lanzó en tu pecho el amor; no rasgaré yo tus carnes para le curar.
MELIBEA – ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de mi cuerpo?
CELESTINA – Amor dulce.
MELIBEA – Eso me declara qué es, que en solo oírlo me alegro.
CELESTINA – Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.

La Celestina (1501)
Fernando de Rojas

Los extremos se tocan. Se ha dicho que el amor feliz no tiene historia, que el amor que perdura es aquel conflictivo, pasional (padecer), esquivo. Ese amor tan cercano a la muerte, cercenado, se dirá, por esa guadaña que a todos nos junta, pobres y ricos, buenos y malos, ignorantes y eruditos…

Se ha dicho que el amor, sustancia espiritual, química, psicológica o vaya uno a saber qué, muere con el conocimiento. Esa magia inicial que nos turba no tardará en sucumbir al contacto con la amada. Es por ello que tanto inquieta el amor de lejos, aquel de ver y nunca consumar porque en ello se presiente la muerte. La llama que nace anuncia sus rescoldos. El amor muere o, como otros ven, muda en nuevas formas.

Tamaña tarea esto de pensar en él. Mejor es sentirlo y basta. El matrimonio y el amor no nacieron juntos. Si existe el amor es porque también existe el dolor y el odio, pues todo se define (o eso parece) en función de su contrario. En la hermosa Melibea caló el amor y ello truncó su vida. Celestina, vieja avara, alcahueta, lisonjera, lo ha descrito en su contradictoria esencia. No temamos el peligro.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Agua del recuerdo


Blancarena

nada grandioso
salvo tu sencillez
tu mesura
quiero parecerme a ti
blancas arenas de río
bordeando tierras fecundas

**

nada perdido
laten sonidos
niño y hombre cantan
como cantará mi sangre nueva
en las cuerdas de tu tormenta

**

te he desafiado
soy joven
eterno mientras dure
te sigo retando
porque eres río
me conoces
tu agua no sabe de sales
tus fauces no ansían
ser mortaja todavía

Llena


Blancarena es un pequeño balneario del departamento de Colonia. Escasos quinientos metros de costa sobre el Río de la Plata. Olor a pino y eucalipto, tranquilidad que inunda en comunión con el agua serena. Claro que, cuando se ofusca, es tempestad de espumoso oleaje. El Plata brama iracundo y arrastra en su trémula carne la resaca de otros pueblos, rastros de otras vidas que orillan el Uruguay y el Paraná.

Conozco a Blancarena desde muy chico. Recuerdos de soleada niñez. Allí, un niño que fui, se enamoró de Lorena, una argentina de once años a quien nunca más vi. Algo brotaba en mis entrañas. Allí cobré mi primer trabajo, cuando el balneario ostentaba dos bailes y los autos rugían en las madrugadas veraniegas de cada fin de semana. Me levantaba con un frescor de cinco de la mañana que me llevó a descubrir nuevos rostros. Juntaba latas de cerveza, cadáveres olvidados en la noche.

Hoy, cuando cae el sol, la noche se desnuda en silencio. No se esconde en ruidos vanos. Las estrellas y la luna señorean, me llevan a otra noche vieja donde, subversivos, sacaron el colchón al patio que da a la calle de tierra. Ella los llamaba. Era un niño con su padre, sin miedo a que vuelva el día, sin temor de llenar con verrugas sus dedos índices. Lejos de la gran urbe (todavía lejos). Lejos del estupor de eléctrica luz que intenta socavar su misterio.

Hábil corredor entre hermanos mayores, esquivando candelas, cuando piedras volaron y vidrios sonaron. Largo camino sobre esa arena de río. Primeras pescas. Sonrisas. Amor en la arena. Mi sangre trotando los médanos.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Escuchar a la tierra que habla, dulce y amarga

 

En el año 2006 conocí la obra y la humanidad de Julio Castro. Maestro y periodista, fecundo viajero por estas tierras. Una importante obra como pedagogo hoy todavía vigente en tiempos de sobrevaloradas ceibalitas.

Había fundado el ya mítico semanario Marcha junto a su gran amigo Carlos Quijano. Lo sacaron a luz el mismo año en que Onetti publicó “El Pozo” (1939). El propio escritor ya colaboraba con el semanario y era severo desde su sección “La piedra en el charco”, firmada con un simpático seudónimo: Periquito el aguador.

Julio Castro había nacido en Florida en 1908, en un paraje rural. El 1 de agosto de 1977 fue secuestrado, en un país atacado por una dictadura de cuatro años a la cual no temía. Estaba enfermo. Poco de él se supo desde entonces. O mejor dicho: los que sabían callaron, y lo siguen haciendo.

Hasta que la tierra nos habla. No pudieron con su cuerpo. Él espero hasta que la verdad osó encontrarlo. Guardó en su materia los signos del horror para que todos, 34 años después, los veamos.

No hay regreso, pero en algo alivia saber que hay verdad. No murió como dijeron, alguien ha gatillado. Silencio, reflexión, justicia y permitir -eso me lo enseñó el maestro Miguel Soler Roca- que las inquietas luces del pasado sigan iluminándonos.

Uno trata de ser objetivo, mirar los dos (o más) mostradores. En este caso, el de un inocente, el de un hombre fecundo, bueno, dado al prójimo, que ahora se sabe fue vilmente ejecutado, no queda más que acusar la ignorancia, la barbarie, la arrogancia de los que se creyeron más, erguidos sobre pies de barro. El mal, como ya se ha dicho, se viste de banalidad.

Hoy los medios hablan de lo que han silenciado.