viernes, 30 de diciembre de 2011

Luz para Luis

luz
para el hombre de luz
no vale la mancha
matando la magia
ahora siento
que fuiste padre
sin saberlo
juro
que seguirás siéndolo
has marcado el camino
te he seguido
porque pronto te vi digno
pradera de imágenes
aliento dulce
amor
sabes que vibro
sabes que muero
no vale la mancha
matando la magia
luz
más que nunca luz
para el hombre de luz


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Buitres


Se juega sucio. Estamos ante un ser humano que lucha y que, por si aún no alcanzara, es el mayor músico de rock que ha dado la Argentina, el más prolífico y seguramente el más digno. Lucha por su vida y lo hace con altura, la misma altura de sus casi cuarenta discos.

En un país de ídolos de pies de barro también florecen los artistas reales. Spinetta es uno de ellos. La prensa berreta, que tantas veces le dio la espalda, ahora se hinca sobre su padecer, quizá para disfrutar con la ilusión del gigante caído. Se equivocan.

¿Qué esperan de un hombre flaco que está haciendo un tratamiento contra un cáncer sino que se encuentre todavía más flaco? ¿Es necesaria la foto? Son fariseos que se regodean pensando en los billetes de otros fariseos que consumirán su basura periodística.

Respeten. Respeten. Respeten. Todo vuelve.

Les dejo un artículo de Eduardo Fabregat (Página 12) previo a la salida de la revista Caras. Analiza muy claramente el sucio manejo periodístico que se realizó sobre el tema. No estamos tan lejos.

 Opinión

Buitres

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Por Eduardo Fabregat

Lo sucedido el viernes pasado con Luis Alberto Spinetta vuelve a poner sobre el tapete esa cuestión de las responsabilidades periodísticas. O, quizá, el delgado límite que existe entre el periodismo y el amarillismo, entre el interés periodístico y la mentira lisa y llana que busca impacto, entre la búsqueda de la noticia y la buchonería berreta.

No puede decirse que la enfermedad del Flaco fuera vox populi en el medio, pero sí que había un puñado de allegados y periodistas que conocían su estado y guardaban un respetuoso silencio. En primer lugar, porque el periodismo serio siempre consideró “noticia” aquello que refiriera a la riquísima vida artística de Spinetta. Sólo a la prensa “del corazón” –por llamarla de un modo elegante– le interesó, por ejemplo, aquel sonado romance con una actriz y modelo, interés al que Luis respondió colgándose el cartel “No lea basura, lea libros”. Para los demás, Spinetta es material de títulos y coberturas por sus discos, sus conciertos, sus canciones. Lo único extramusical a destacar, en todo caso, es su militancia en la ONG Conduciendo a Conciencia y su presencia permanente junto a los familiares de las víctimas del colegio Ecos, y en actividades que buscan paliar el drama de las muertes por incidentes viales en la Argentina.

La gran mayoría de los periodistas no tenía interés alguno en dar la “primicia” de Spinetta enfermo de cáncer. Pero siempre hay alguien capaz de vender a su madre.

El viernes, el periódico sensacionalista Muy se cagó en la paz que necesita Luis Alberto Spinetta para su recuperación, en el respeto que pedían sus familiares, incluso (para entrar en terrenos ya no del “código” sino profesionales) en el abecé periodístico de chequear la información antes de publicarla. Sabían que nadie de su entorno les iba a dar detalles de lo que atraviesa el artista, y entonces sencillamente los inventaron. Lo imaginaron y lo retrataron al borde de la muerte, “muy grave”, rodeado por un pacto de silencio para no preocupar a los fans (?). Se sintieron satisfechos con ganar protagonismo con un título de alto impacto, aunque fuera una burda e irresponsable exageración del estado de Luis y el ánimo de sus familiares.

Rápidamente, el “Ultimo Momento” de La Nación dio por cierta y confiable la información de un periodicucho amarillo y la reprodujo sin más, iniciando el efecto cascada que se multiplicó con el correr de las horas. Provocaron miedo, tristeza, angustia, dolor, entre los miles y miles de personas que lo admiran y lo quieren. Provocaron arcadas entre los colegas que vemos salpicada –una vez más– la profesión por mercenarios sin el menor escrúpulo.

En un día horrendo, Spinetta se vio obligado a escribir una carta que pusiera las cosas en su lugar, y sus hijos Dante y Catarina salieron a difundirla por Twitter. En vez de continuar su proceso de recuperación y disfrutar las fiestas en tranquilidad, la familia Spinetta quedó en el ojo de un torbellino mediático, el aquelarre de lugares comunes y suposiciones que algunos disfrazan de periodismo. En vez de poner toda la atención en sobrellevar una situación de por sí complicada, debieron salir a poner paños fríos en un quilombo innecesario, a rebatir mentiras lanzadas liviana, irresponsablemente a un medio donde las redes sociales y conexiones electrónicas de toda clase multiplicaron tanta falsedad.

Para cerrar el círculo, allí comenzó la segunda parte del perverso dispositivo: una aún más detestable celebración de que el Flaco “confirmara” la primicia. Por la tarde, el “Ultimo Momento” de Clarín dio cuenta de la información con una pieza casi tan vomitiva como la de Muy: “Spinetta decidió hacer pública su enfermedad”, dice la nota, barriendo bajo la alfombra que lo que sucedió no fue decisión del músico, sino de los editores de un periódico del mismo Grupo Clarín. La hipocresía es tan flagrante que el artículo ni siquiera menciona el origen: se habla de “la publicación de un diario matutino”, de una “avalancha de versiones”, ocultando culposamente el lamentable rol jugado por un periódico hermano. Volvieron a esconderlo en la nota de su edición impresa del sábado, con la eufemística frase “La espiral de versiones luego de que un diario lanzara la información de que padece un cáncer terminal...”. Nadie levanta el guantazo que tira Spinetta cuando pide que “no tomen en cuenta las noticias que han generado los buitres de turno”. Clarín y Muy intentan disimular que los buitres a los que alude el afectado son ellos, y hasta alardean de sensibilidad por la “lucha” del músico. Agregan cinismo al daño.

Para algunos todo esto será una anécdota. Habrá quien incluso se sienta orgulloso, como parecían orgullosos los responsables de esa otra bazofia disfrazada de periodismo que botoneó a Sofía Gala fumándose un porro en un recital. Pero corren tiempos en los que el periodismo asume un rol activo y batallador, y este atropello doble, a Spinetta y al rigor periodístico, resulta especialmente significativo: sucedió en la misma semana en que el Grupo Clarín redobló sus titulares catástrofe hablando de proteger la verdad y la información. A Spinetta lo pisotearon y ofendieron, le faltaron el respeto y se cagaron en él, los mismos diarios embarcados en una supuesta cruzada por la libertad de prensa, que le faltan el respeto también al público con sus mentiras y la posterior ocultación del modo en que cocinan y aprovechan esas mentiras. Lo hicieron con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, lo hacen con la Ley que declara de interés público la producción de papel. ¿Por qué se privarían de publicar falsedades sobre un artista?

Finalmente, queda lo otro. La angustia real, sobre la que más vale no machacar. Luis Alberto Spinetta, uno de los creadores más grandes, más valiosos, más queridos de este país, está enfermo. Afortunadamente, responde bien al tratamiento, tiene médicos que saben lo que hacen y está contenido y acompañado por todos sus amores y amigos de hierro. Desde aquí sólo queda esperar y desear con el alma que salga adelante, y que algo de todo el amor, la fuerza, el cariño incondicional y la luz que miles de personas salieron a manifestar en estos días por todos lados, ayude en algo. Que la gente que ha recibido tanto a través de su arte pueda transmitir, devolver toda esa energía y ese calor. Y que los buitres de turno, tan chiquitos, tan canallas, queden aleteando en el vacío de su propia miseria.

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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Bienvenidos al tren




//f.web


Un puente, un hombre que corre, que salta en busca de algo, que necesita comunicar. Serse también en el otro, jugar, dar sabiendo que ello siempre implica recibir. Marcapiel del tiempo busca anclar en otros, compartir un algo de eso que llaman interior-alma-sentimiento, tifones que necesitan trascender la coraza de carne y hueso. Un cuarto inasible, una proyección de mí o, quizá, un ideal del yo.

Con ánimo digno, Marcapiel busca plasmar mis gustos, mis acechanzas, lo que me mueve, lo que me hace, por suerte, sentir vivo. El hilo vibra y nos prodiga su aliento. Vaya hermosura, vaya combustible para espíritus sedientos.

A veces me pregunto: ¿a quién le importará saber de esto? Pronto respondo: importa comunicar para ordenar(se). No importa cuántos, importa el camino hacia el ser. Y si se puede llegar a esa gente dispersa y querida mejor aún. En ellos estará elegir sumarse. Sean todos bienvenidos.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Piazzolla (1921-1992)


Quizá nada supere a Adiós Nonino.

Siempre imaginé al solo de bandoneón como puñaladas que juegan en la hondura. Al tiempo, leyendo una entrevista que María Esther Gilio le hizo al gran Aníbal Troilo, descubrí que en la jerga se hablaba de gatilladas, “¡Cómo gatilla el Gato!” recordaba Pichuco.

Eso de Gato fue el apodo con que lo bautizó el propio Troilo cuando, de muy joven, Piazzolla ingresó a su orquesta. Era por entonces un veinteañero con grandes ambiciones musicales que lo llevarían a recorrer el mundo en busca de su estilo, aquel que nunca dejó de estar aromado por el asfalto de Buenos Aires.

Comparto con ustedes una tremenda versión de Adiós Nonino, la composición que edificó a partir de la muerte de su padre en 1959. Vean la maravilla de la técnica, el ensamblaje de los solos de piano y violín con el resto de la banda. Pero, por sobre todo, sientan, viajen con el sonido del quinteto Astor Piazzolla. La fabulosa filmación sugiere un carácter casi épico, vean al gran Astor entrar en cuadro con su revólver mientras Pablo Ziegler, el pianista, termina de ejecutar las últimas sentidas notas de la introducción. Viajen con la gestualidad, sin temor al ataque.


miércoles, 14 de diciembre de 2011

Brevísima sobre el amor





CELESTINA – Sin te romper las vestiduras se lanzó en tu pecho el amor; no rasgaré yo tus carnes para le curar.
MELIBEA – ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de mi cuerpo?
CELESTINA – Amor dulce.
MELIBEA – Eso me declara qué es, que en solo oírlo me alegro.
CELESTINA – Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.

La Celestina (1501)
Fernando de Rojas

Los extremos se tocan. Se ha dicho que el amor feliz no tiene historia, que el amor que perdura es aquel conflictivo, pasional (padecer), esquivo. Ese amor tan cercano a la muerte, cercenado, se dirá, por esa guadaña que a todos nos junta, pobres y ricos, buenos y malos, ignorantes y eruditos…

Se ha dicho que el amor, sustancia espiritual, química, psicológica o vaya uno a saber qué, muere con el conocimiento. Esa magia inicial que nos turba no tardará en sucumbir al contacto con la amada. Es por ello que tanto inquieta el amor de lejos, aquel de ver y nunca consumar porque en ello se presiente la muerte. La llama que nace anuncia sus rescoldos. El amor muere o, como otros ven, muda en nuevas formas.

Tamaña tarea esto de pensar en él. Mejor es sentirlo y basta. El matrimonio y el amor no nacieron juntos. Si existe el amor es porque también existe el dolor y el odio, pues todo se define (o eso parece) en función de su contrario. En la hermosa Melibea caló el amor y ello truncó su vida. Celestina, vieja avara, alcahueta, lisonjera, lo ha descrito en su contradictoria esencia. No temamos el peligro.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Agua del recuerdo


Blancarena

nada grandioso
salvo tu sencillez
tu mesura
quiero parecerme a ti
blancas arenas de río
bordeando tierras fecundas

**

nada perdido
laten sonidos
niño y hombre cantan
como cantará mi sangre nueva
en las cuerdas de tu tormenta

**

te he desafiado
soy joven
eterno mientras dure
te sigo retando
porque eres río
me conoces
tu agua no sabe de sales
tus fauces no ansían
ser mortaja todavía

Llena


Blancarena es un pequeño balneario del departamento de Colonia. Escasos quinientos metros de costa sobre el Río de la Plata. Olor a pino y eucalipto, tranquilidad que inunda en comunión con el agua serena. Claro que, cuando se ofusca, es tempestad de espumoso oleaje. El Plata brama iracundo y arrastra en su trémula carne la resaca de otros pueblos, rastros de otras vidas que orillan el Uruguay y el Paraná.

Conozco a Blancarena desde muy chico. Recuerdos de soleada niñez. Allí, un niño que fui, se enamoró de Lorena, una argentina de once años a quien nunca más vi. Algo brotaba en mis entrañas. Allí cobré mi primer trabajo, cuando el balneario ostentaba dos bailes y los autos rugían en las madrugadas veraniegas de cada fin de semana. Me levantaba con un frescor de cinco de la mañana que me llevó a descubrir nuevos rostros. Juntaba latas de cerveza, cadáveres olvidados en la noche.

Hoy, cuando cae el sol, la noche se desnuda en silencio. No se esconde en ruidos vanos. Las estrellas y la luna señorean, me llevan a otra noche vieja donde, subversivos, sacaron el colchón al patio que da a la calle de tierra. Ella los llamaba. Era un niño con su padre, sin miedo a que vuelva el día, sin temor de llenar con verrugas sus dedos índices. Lejos de la gran urbe (todavía lejos). Lejos del estupor de eléctrica luz que intenta socavar su misterio.

Hábil corredor entre hermanos mayores, esquivando candelas, cuando piedras volaron y vidrios sonaron. Largo camino sobre esa arena de río. Primeras pescas. Sonrisas. Amor en la arena. Mi sangre trotando los médanos.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Escuchar a la tierra que habla, dulce y amarga

 

En el año 2006 conocí la obra y la humanidad de Julio Castro. Maestro y periodista, fecundo viajero por estas tierras. Una importante obra como pedagogo hoy todavía vigente en tiempos de sobrevaloradas ceibalitas.

Había fundado el ya mítico semanario Marcha junto a su gran amigo Carlos Quijano. Lo sacaron a luz el mismo año en que Onetti publicó “El Pozo” (1939). El propio escritor ya colaboraba con el semanario y era severo desde su sección “La piedra en el charco”, firmada con un simpático seudónimo: Periquito el aguador.

Julio Castro había nacido en Florida en 1908, en un paraje rural. El 1 de agosto de 1977 fue secuestrado, en un país atacado por una dictadura de cuatro años a la cual no temía. Estaba enfermo. Poco de él se supo desde entonces. O mejor dicho: los que sabían callaron, y lo siguen haciendo.

Hasta que la tierra nos habla. No pudieron con su cuerpo. Él espero hasta que la verdad osó encontrarlo. Guardó en su materia los signos del horror para que todos, 34 años después, los veamos.

No hay regreso, pero en algo alivia saber que hay verdad. No murió como dijeron, alguien ha gatillado. Silencio, reflexión, justicia y permitir -eso me lo enseñó el maestro Miguel Soler Roca- que las inquietas luces del pasado sigan iluminándonos.

Uno trata de ser objetivo, mirar los dos (o más) mostradores. En este caso, el de un inocente, el de un hombre fecundo, bueno, dado al prójimo, que ahora se sabe fue vilmente ejecutado, no queda más que acusar la ignorancia, la barbarie, la arrogancia de los que se creyeron más, erguidos sobre pies de barro. El mal, como ya se ha dicho, se viste de banalidad.

Hoy los medios hablan de lo que han silenciado.  

 

martes, 29 de noviembre de 2011

Invitación abierta


Se agradece a Valeria el diseño burlesco


martes, 27 de septiembre de 2011

Entrevista/ 1


Hurgando el ropero de las iniciales cosas encontré mi primera entrevista. Juan Bervejillo, líder de La Chancha accedió a ser entrevistado. Era poco habitué a estas cosas, no le gustaba el término, prefería llamarla “conversación”. Corría fines de 2003 con una crisis aguda que era acompañada de una etapa comercialmente importante para el rock uruguayo. El texto ha pasado por una pequeña poda, se han quitado elementos hoy un tanto anacrónicos, y se han puesto unos cuantos tildes. Espero guste.


Gritos en silencio
Entrevista a Juan Bervejillo

Foto: Xanti Revueltas


La noche me volvió a sonreír. Llamé a Juan Bervejillo, líder de la Chancha, para conversar sobre la entrevista que le quería hacer. No dudó demasiado: me confirmó con amabilidad que ese mismo día tenía hasta las diez de la noche para realizarla. Me dio la dirección de su trabajo. Las casualidades parecen existir: el lugar quedaba cerca de mi casa. 

Juan abrió la puerta. Me dio instantáneamente la mano y me invitó a pasar. Me llevó a un lugar similar a un living, con dos sillones individuales y uno de tres cuerpos. En este último descansaba la Gibson Les Paul roja que eligió para amalgamar a su visceral discurso. Nos sentamos y empezamos a conversar de música y otras yerbas, para recién luego empezar a grabar los comentarios.

Bervejillo consume mucho arte. Habla con precisión, inteligencia y con un sutil humor. Tiene unas considerables rastas que le cubren parte del cráneo. El sector despoblado por los años parece exhibirlo con orgullo, como si la frivolidad de una imagen perfecta quedara relegada al simple olvido.

Juan no tiene buena relación con los medios. Así lo hace notar a menudo. Prefiere la soledad del ser humano ante la inmensidad de la urbe. Lo necesita para componer. Lo exige para vivir tranquilo con su alma. Tampoco quiere que los parásitos en busca de una música de moda con la cual cantar y bailar, se apoderen de sus canciones para hacerlas añicos y para nunca buscar su sentido, su real despliegue social.

- Con respecto a tus gustos fuera de lo estrictamente musical, como el cine y la literatura, ¿qué cosas te interesan?
De literatura me gusta prácticamente todo, soy bastante lector. No te puedo decir exactamente qué...
- Si tuvieras que decir autores que últimamente has leído. Se me ocurre Saramago...
Sí, leí a Saramago. Me gustó.
- ¿Ensayo sobre la ceguera?
Sí, la leí, me mató. Leí también La Caverna, La Balsa de Piedra. Tengo poca memoria, leo cosas y me olvido de que las leí.
- ¿Borges?
Borges no me gusta, es demasiado tilingo, demasiado aristócrata. No me gusta. Lo leo, me parece que tiene un estilo de master universitario que me pega en el forro de los huevos.
- ¿Onetti?
Onetti me encanta. Es un genio. Lo amo.
- ¿Benedetti?
Es un pelotudo.
- ¿Galeano?
Galeano es un buen comerciante, si fueran ciertas las cosas que escribe...
- Claro, uno no tiene como comprobarlas…
El tipo tira mucho pelotazo pero no se sabe bien de donde lo saca. Sobre todo esos libros que son de denuncia. Tampoco es un novelista. Es una especie de poeta-periodista.
- Los que más te deben de gustar: Coelho y Bucay.
(risas) Bucay es ese que salió en un programa por la televisión, en un programa de autoayuda. Yo lo vi algunas veces y me divertí. Pero Coelho me suena más a Juan Salvador Gaviota, ese tipo de cosas, o al Principito, ese tipo de libro melaza. Me suena a selecciones del  Real Digest: “Sea feliz con un fósforo” (risas).
- ¿En cuanto a cine?
En cine me gusta todo lo que no parezca americano. Voy cuando puedo a Cinemateca, pasando por alto que es el templo de la melancolía nacional , hay buenas películas. El cine me gusta como fenómeno visual. A veces hay películas donde disfruto tremendamente con el paisaje. Soy tremendo pelotudo, miro la foto y me quedo fascinado, no me importa nada lo que está pasando. La mejor película para mí es La doble vida de Verónica y La Trilogía de los colores de Kieslowski.
- ¿Reconocés alguna influencia de la literatura o el cine en tu música?
Literatura sí. Lo que pasa es que yo de adolescente me quemé las pestañas leyendo cosas que no tendría que haber leído tan joven. Leí Rayuela, Cien años de soledad, leí Octavio Paz, Galeano, Benedetti, Onetti, bueno, todos estos autores latinoamericanos. Todo eso, de alguna manera, no sé si me influenció directamente, sino tal vez en esto de lo que estamos hablando, esa especie de arte de usar bien el lenguaje, más allá de lo que uno vaya a decir.
- De alguna forma, la literatura te va formando una visión del mundo. Cuando querés acordar, sin darte cuenta estás diciendo cosas que has leído.
Eso ya no me pasa. Creo que ya superé un poco lo que pudo haber de fascinación en esa literatura que me pudo haber provocado determinada postura vital. Creo que a partir de determinado momento de mi vida ciertas cosas me resbalan. Las escucho, las miro, las asimilo, pero de alguna manera la vida ya me golpeó, me puso en una posición en que no estoy en condiciones de dejarme fascinar por cualquier cosa. “Oh, mira lo que dice fulano... me voy a hacer fan de él”. La literatura comprometida entre comillas podría llevar a ese tipo de situaciones, que la persona se sintiera de alguna manera alineada con el pensamiento del escritor.
- De todas maneras me parece que la literatura no crea esos fanáticos. Creo que en Coelho por ejemplo sí, las fanáticas van y lo abrazan y le dan besos. Yo veo a un Cortázar caminando por la calle y no lo saludo, o a lo sumo le doy la mano...
 Vos decís una especie de amor a la persona que escribió el libro. Yo confieso que a mí me pasa eso con personas que fueron importantes en mi desarrollo, no sé si tanto escritores, más músicos, algunos músicos me producen un poco de timidez, digamos, porque me da como que los admiré, o los admiro mucho, entonces no puedo evitar sentirme intimidado, avergonzado, no sé como decirte. Me ha pasado con el cantante de “Los Fatales”... (risas). Es raro, uno dice: “bueno, ya soy grande”. Creo que está bien que pase. Me pasa de los dos lados: con gente que se me acerca porque se siente muy conmovida con las cosas que yo escribo, y me pasa al revés, cuando yo tengo la oportunidad de estar cerca de una persona que de alguna manera me conmovió con lo que hace. Me parece una situación extraña que no sé si es del todo sana. La admiración que ya es prácticamente vecina del amor desmedido es rara, es una situación extraña.
- ¿Qué consideraciones tenés acerca de la relación músico-público?
 Creo que la relación músico-público tiene que ser lo más lisa posible, si no es así, hay algo que anda mal. Estamos hablando de una banda, en el caso mío, que toca dos veces por mes, y que vende quinientos discos. En mi caso no puedo tener ninguna pretensión de ser una persona diferente a la gente que me va a ver. Si estamos hablando de otros números mucho más grandes hay casos que se dan de manera mucho más forzada, o sea, una persona que tiene un alcance masivo con su música y que consigue reunir miles de personas alrededor de su arte, no puede tener con su público una relación de vecinos,  así como si dijera “flaco, préstame una taza de azúcar”, porque esa posibilidad ya está completamente negada. En el caso mío, si bien hay algún matiz de diferenciación cuando uno se relaciona con su público, uno es el que propone y el otro es el que acepta de alguna manera. Sin embargo, mientras yo no me convierta en Alejandro Sanz, yo me reservo el derecho de ser un ciudadano anónimo, lo necesito para seguir componiendo, no puedo ser un tipo que está por fuera del mundo.
- ¿Por eso es tu rechazo a los medios?
Sí. No me gusta salir en fotos y en medios masivos. Trato de que no suceda.
- ¿Y no es un poco también la realidad de que cierta gente que no te interesa puede llegar a consumir tu música?
También. Pero ojo, eso lleva a un nudo que es parte de una contradicción que yo puedo tener, y venir arrastrando desde hace mucho tiempo, que es ser popular o no ser popular, ser elitista o no serlo, crear para todo el mundo o para determinado público, aceptar las reglas de ser un producto de consumo o no aceptarlas, convertirse en una especie de fetiche mimado por la sociedad, con una vida irreal, fantasiosa, que no toca la tierra prácticamente, seguir siendo un personaje anónimo que tiene la suerte de que lo que hace tiene cierta difusión y alcance, pero que sigue viviendo los problemas como cualquier ser humano, las limitaciones, las necesidades, las angustias. La tentación de aspirar al otro estado por amor al arte, uno ama tanto lo que hace que quisiera tener todo el tiempo para eso, quisiera levantarse y tener un piano, y tocarlo, y dormir la siesta y soñar con un hermoso verso para la nueva canción. Hay cosas que realmente uno las quisiera.
- Claro, tampoco la situación del país permite eso.
Después lo que realmente se impone es la realidad del Uruguay. Eso termina con la discusión.
- ¿Quién vive de la música en Uruguay? ¿Jaime Roos y Rada?
Jaime Roos, Rúben Rada y algunos más pero viven de una manera totalmente modesta. Hay gente que yo sé que vive de la música, que no tiene que trabajar, pero no le sobra nada tampoco.
- Pero también son gente inteligente, que tiene un marketing colgado de la espalda. Se ponen a producir cosas que no sé por qué las hacen. Como Jaime Roos que se puso a producir a Trotsky Vengarán. 
Porque Peluffo les hace los videos. Entonces es una especie de compensación.
- ¿Peluffo es un capo filmando, no?
Sí, filmando es un “crack”.
- ¿Musicalmente mejor ni hablar?
Musicalmente mejor no hablar.




Dos interrupciones rompieron la fluidez de la conversación. Una se produjo aquí, ante un llamado de un joven rockero que necesitaba de su conocimiento. Más tarde, el punzante ruido de un teléfono hallado entre nosotros, fue el causante de una nueva pausa. Juan fue a contestar al fondo. A la vuelta de cada una de las interrupciones, la Les Paul desenchufada  dialogaba junto a las palabras de su ejecutante. 

- Si tuvieras que definir tu profesión, ¿qué dirías? ¿músico, poeta, artista? Te digo esto porque es común hacer zapping y ver cómo se abusa de la patética frase “nosotros los artistas”.
Yo soy un tipo que le gusta escribir canciones. Me encantaría considerarme músico completo.
- Si tuvieras que definir tu estilo musical.
Es rock picaresco. Juega un poco con el sentido de la palabra para buscar la provocación. También juega con el humor.
- ¿Las escribís desde vos mismo, o buscas una especie de “Yo lírico”?
Eso no me interesa. Escribo lo que pinta. Hay algunas que son específicamente “a mi me pasa esto”, pero hay otras que es un personaje que cuenta lo que le pasa a él. Me gusta buscar el recurso original y a la vez humorístico, aunque no sé si esa es la palabra. Me gusta buscar lo sorpresivo. Lo fundamental es mantener la atención, son cosas que no están hechas para pasar desapercibidas, que al tipo que las escuche le produzca un rechazo que lo haga olvidar del tema inmediatamente, o bien se quede prendido del asunto y no tenga más remedio que pensar en eso y tener una especie de reacción.
- Muchas veces pasa que si no me gusta es una porquería, o si no la entiendo no la escucho.
Yo prefiero eso antes que la indiferencia. Creo que la característica que tienen los temas de La Chancha en común, es que buscan atacar la indiferencia de alguna manera, es decir, desde distintos ángulos y tratando distintos temas, tanto con recursos verbales como musicales.
- ¿Qué te surge primero en una canción, la letra, la música o ambas?
Generalmente es una frase que ya viene con la música, que ya tiene su melodía o su métrica.
- ¿Te surge instantáneamente la frase con el acorde?
No, el acorde en música es un conjunto de notas que acompaña a la melodía, y lo que tiene una canción es melodía, es decir una sucesión lineal de sonidos en distintas alturas que el oído reconoce. Es como un dibujo, una persona es capaz de reconocer a un pato si está dibujado con una crayola, con un ladrillo, con una lapicera; si el pato está bien dibujado la persona dice “esto es un pato” y no se fija con qué está hecho. La línea en el dibujo vendría a ser como la melodía, la persona que no es especialista solo reconoce la melodía. El acorde es una familia de notas que acompaña a la melodía y que el compositor puede elegir dentro de una cierta paleta que no es muy amplia, de acuerdo a ciertos criterios que son heredados de una cultura musical. Son como varios niveles, yo creo que la melodía está en el primer nivel, y ya tiene incluido de manera intrínseca los otros dos niveles que son el ritmo y el acorde (la armonía). Son como la Santísima Trinidad, los tres son uno pero uno son los tres.
- Ahora me gustaría hablar de la situación que yo veo sobre todo dentro del rock, en donde un grupo critica en sus canciones muy duramente a un sector social y este paradójicamente consume su música. Creo que habla del poco compromiso de la gente con lo que escucha. Un ejemplo claro me parece Bersuit Vergarabat.
Eso lo que está representando es que la música, lamentablemente para los que pretenden utilizarla como un arma política, es muy por encima algo distinto. Lo que primero impresiona es la palabra cantada, la melodía. La gente asimila el primer nivel del dibujo, después hay gente que no sé si es porque tiene la cabeza mas grande o porque leyó más libros, puede asimilar un nivel más, la letra, y después hay gente que asimila otro nivel, tampoco hay tantos niveles, será melodía, letra, arreglos, matices de la interpretación… Además, mucha gente consume música de manera pasiva, eso significa que el tipo no elige qué escuchar, él no pone el disco, sino escucha lo que ponen otros.
- Y después de un tiempo la canción lo aburre y la deja de lado.
Sí, es una cuestión natural, se aburre y pasa a otra cosa.
- Parece estar hecha para eso. Al no buscarle nada, la canción carece de significado y no perdura.
Si, pero de repente la trascendencia del tipo está en otro lado, está en las pilchas que se compró, en la cantidad de minas que se volteó o en la cantidad de machos que se la cogieron. Uno busca donde le pica. No todos somos fanáticos de la música. Yo escucho una canción y si me gusta quiero saber quién la hizo, dónde la grabó, qué músicos tocaron. Hay gente que eso le chupa un huevo, no saben ni quién es. A mi me ha pasado con canciones mías, me dicen “Ah, ¿esa canción es tuya?”.