Pocas plantas huelen tan rico como la de tomate. Me toman de la nariz
para llevarme a una infancia con dos abuelos en el campo, caminando junto a mí
por su vasta quinta, recogiendo algo de la enorme producción hogareña. Pensar
que un solo tomate encierra en sí la simiente de tantas vidas, pequeñas plantas
multiplicándose para calmar todas las hambres y honrar con su sabor y su color
nuestra cocina. En mi patio de apartamento, ya lejos del campo y de la niñez,
en mi intento de abonar otras plantas han brotado una docena de tomateras.
Triste es saber que no llegarán a dar tomates, no hay sol ni aire ni tierra
suficientes. Pero persisten en crecer rumbo a un cielo con claraboya. No darán
fruto y quizá ellas también lo sepan, pero hasta la más pequeña de estas
plantitas logra arroparse de suficiente perfume, aromas que me transportan a
caballo de la memoria. He pensado que parte de su misión está cumplida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario