Acabo de matar un ciempiés. Habitante imperceptible del patio interno de mi apartamento, cesó de existir sembrando culpa en su ejecutor. Era de una arquitectura perfecta, como el elegante torito o la menos elegante cucaracha; arquitectura que jamás podrá igualar ningún hombre. Sigo apenado, necesité de muchos golpes de champión para imponerle el adiós.
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