jueves, 1 de noviembre de 2012

Una siesta (minirelato)

Una siesta. Niños desafiando el descanso adulto. Campo, árboles, pequeñas mojarras en el estanque de las vacas. Los sábados íbamos a lo de nuestros abuelos, allí donde divertirse consistía en perseguir patos o recoger huevos de gallina.

Un recuerdo relampaguea y llega hasta el palo borracho, aquel que juega entre flores y espinas. Una hermana apenas mayor me empuja sobre él.

— ¡Ay! —exclamé.

Ella comenzó a gritar. Abuela se levantó y junto a mamá me llevaron a la canilla con agua del molino.

Mi cabeza había recibido el beso de una espina. Simétrico, coronó el centro de mi frente con el grito de la sangre.

El motor arrancó. Con la mano de abuela sobre mi frente, empuñando un retazo de sábana blanca que iba tiñéndose de rojo, partimos al pueblo.

La sangre persistía. En mi susto presentía el fin pero ¿qué entendía del fin? ¡Toda la culpa la tenía Vanina! ¿Y si me quedaba sin frente? El auto se detuvo. Llegando a la ruta uno, la sangre ocultó su índice de susto. Ellas lo vieron con alegría, y volvimos al campo.

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