jueves, 15 de noviembre de 2012

Pajarera

Cuando me dirigí hacia el fondo del ómnibus para descender, música sonaba en mis oídos. Apreté el botón; iba a ser el primero en bajar. Sentí presión en mis piernas, algo me apretaba. Miré y era un enano de unos seis años, cubierto de una desaliñada túnica. Sin decir nada, solo empujando, ganó su espacio en el escalón. Sus hermanos mayores siguieron la misma línea y les cedí el lugar. Vienen solos —pensé— por eso actúan así. 
Llegamos a la parada, se abrió la puerta y los niños comenzaron a descender. Una mujer, ubicada a mis espaldas, me preguntó si iba a bajar, le contesté que sí y casi agrego con ironía: “los nenes parecen estar apurados”. Ya en la vereda, el niño pequeño fue directo al timbre de una casa y comenzó a tocarlo sin pausas. La mujer que estaba detrás de mí se acercó y le dijo: “dale Martín vamos” y junto a los otros dos se fueron bajando por la calle Amézaga. 
De golpe me crecieron canas, paso cansino y un bigotín. Abrí mis manos cara al cielo y me dije: ¿este es el futuro que nos espera? Niños sin límites, con padres irresponsables y evasivos, ¿no son acaso un problema para el futuro? 
Ya con el aspecto habitual seguí caminando hacia mi casa, pero la calle me siguió diciendo cosas. Pasé por el video club de la señora especial; en su puerta, anticipando la llegada del verano, había vuelto el cartel: “Está terminantemente prohibido ingresar con el torso descubierto. Ni siquiera para devolver una película. No insista. No será atendido”. Siempre creí, Freud mediante, que es de las señoras que sueñan con que un ladrón las persigue con un cuchillo. 
Vi que achicó su negocio y que puso en alquiler la otra parte del local. Se ve que todavía no encontró interesados: observé con pena y sorpresa que había transformado el viejo ventanal en una pajarera para ver desde la calle. ¿A quién se le ocurre hacer de un ventanal una pajarera? Solo faltaba la piedra laja… Uno pasa por la vereda, mira por la ventana y ve a los saltitos a unos tristes pájaros condenados, de color amarillo, que han de ser —lo imagino— la delicia de todas las tardes de mate (he visto que ella se sienta en la vereda con lo que ha quedado de sus padres). Aunque también es posible que no sea más que una exibición para una venta no del todo declarada. 
En estas situaciones diversas, no he dejado de ver dos grandes formas de vida y de valores, el de un Uruguay todavía con resabio inmigrante, con gran preeminencia del concepto de familia y autoridad, y el de un Uruguay sin límites, camino a la desintegración social, ese espejo que tanto nos cuesta enfrentar.

2 comentarios:

  1. Muy bueno. Agregaría que, en cierta medida al menos, está en nosotros inclinar la balanza hacia una de las opciones. ¡Abrazo!

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    1. Es así, en nuestras manos hay mucho. No se trata de lanzarnos a un extremo, pero sí elegir el lugar de la presencia, de ciertos límites, que por otra parte son indispensables al momento de rebelarse. Gracias por comentar! Abrazo!

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