martes, 24 de enero de 2012

Chile / 1

El pasado octubre tuve la suerte de viajar a Chile. Cruzar las cordilleras en un vuelo nocturno que, para los no acostumbrados, goza de cierto impacto. Dos horas de viaje en la noche implican no tener suficiente conciencia de la transición, cuando uno quiere acordar se topa de bruces con una geografía y una cultura bastante diferentes. Las luces blancas de un aeropuerto vacío aguardan la llegada. El impacto del descender y de pisar nuevas tierras roban su aroma al vértigo, desautomatizan la rutina y son –al menos para mis ojos- una necesidad básica.
 
Fue un viaje nuevo en muchos aspectos. Se fue dando diferente a lo previsto y eso implicó replanificar en soledad. Bienvenida siempre será mi amiga fiel, carne de mi carne. Creí allí aquello de que una cosa es ser viajante y otra muy distinta ser turista. Intenté ser lo primero y elegí mis pasos, a lo cual, por suerte, estoy bastante acostumbrado.

Santiago de Chile, Valparaíso, Concepción y nuevamente Santiago fue la ruta.

La mayor parte de los días los pasé en Concepción, ciudad ubicada a unos 500 kms. al sur de Santiago de Chile.

La ciudad es interesante en muchos aspectos. Polo universitario en plena ebullición reivindicando la consolidación de una educación gratuita. Ciudad de alto riesgo sísmico, gente amable ya desde el acento, naturaleza envidiable, hermoso río Biobío de exóticos peces que se vendían -ya en su calidad de pescados- sobre mesas, junto al viejo mercado de la ciudad. El temor del viajante y del hombre solo, impidió que sacara fotografías de todo lo que en su momento me pareció destacable. No obstante, fieles o apócrifas, las guarda la memoria.

Comparto con ustedes una interesante demostración de talento. Sobre la vía pública, un hombre ejecuta un curioso instrumento. Se trata de una especie de bombo con platillos que toca a partir de dos tipos diferentes de palillos y de una cuerda a la altura de su pie que se dirige a los platillos. Al tiempo de tocar, baila. No lo capturé en la mejor pieza pero el presente video da igualmente muestras claras de su capacidad.

Los primeros segundos de la grabación son de "apronte". Si alguien conoce de qué se trata este instrumento espero su comentario. 




domingo, 8 de enero de 2012

Correr frente a ti

Ingresaré a él por aquello que le ha dado piel en esta inmensidad, por aquello que trasciende toda condición terrena. Me lanzaré sobre su fecundo universo artístico. En sus casi cuarenta discos son muchas las gemas musicales de Spinetta. Quiero compartir una de ellas.

Se trata de Correr frente a ti, canción que ubico en el año 1997. La elegí por varias razones: por su música, su letra, por el tema que toca (presumo que la incomunicación) y por contar con un bello videoclip, ideal para compartir por este medio.

Lo de presumir va muy a cuenta con Spinetta, ya que se trata de un músico-poeta que en ocasiones crea letras bastante herméticas. Con el tiempo y leyendo alguna entrevista, me he dado cuenta que muchas veces elige palabras por lo fónico, porque suenan bien, dejando en segundo plano su significado. Lo importante, y está bien que así sea, es que la melodía, la palabra cantada, suscite emoción en el creador y luego en el escucha.

Esta dificultad de entendimiento no parece ser el caso de Correr frente a ti, donde, si quedan dudas, es el propio videoclip el que ayuda a confirmar la interpretación referida, aunque, naturalmente, cada uno será libre de encontrar la suya.

El video posee una estética en blanco y negro y abundan en él los objetos, cuyo valor simbólico daría para un extenso ensayo. La incomunicación se representa a través de la relación entre un hijo y su madre. El primero se ingenia de todas las maneras posibles para conmover a esa figura estática, ensimismada de la madre. Parece imposible lograrlo hasta que finalmente cede. Este momento se representa a partir del ingreso de un ave que abre su majestuoso porte sobre la mesa donde la madre apoya sus manos muertas, su gesto aterrador de estar en cuerpo allí pero en otra parte su alma. 

La imagen recurrente, símbolo máximo de la música y del arte, es la del trovador cantando frente a una pared. El muro es obstáculo pero el canto es más y lo va horadando. La canción, la prédica, trasciende la frontera, y es allí el momento de escuchar y escucharse, de quitar trabas, de comunicarse. La música, una vez más, rompe barreras, quiebra cadenas. 






miércoles, 4 de enero de 2012

Cosa de lagartos


// f.web
No nos preocupamos por si era macho o hembra. Lo llamábamos, simplemente, lagarto. Más precisamente, el lagarto del fondo de la playa. Caer en la fácil del Juancho nunca nos pintó. Este personaje nos deleitaba las tardes de calor cuando, muy manso, salía de su cueva y dejaba que lo alimentáramos. 

Un día no lo vimos más. Con algo de pena, pensamos que se podía haber ido aunque no hallamos razones para ello. Justo él que había logrado caerle simpático a mi abuelo, hombre de campo especialista en eliminarlos (estábamos en la playa y ya no había gallinas que cuidar). Otra posibilidad era que algún vecino de esos que vienen en temporada, al verlo surcando las arenas sintió horror y osó matarlo, jactándose del logro, no vaya a ser que se coma a la nena.

Pronto descubrimos que su partida nos había dejado mucho. Pequeños cuerpitos se asomaban a la cueva y al menor ruido corrían miedosos. Ya estaban aprendiendo a desconfiar.

He tratado de informarme si el abandono se trata de un hecho natural. No he podido comprobarlo, pero es a los ojos humanos un destino muy triste. Se asoman a la cueva como esperando el regreso de su madre o de su mamá-papá, dado que, como sí comprobé, algunas especies son bisexuales.

Como no permitían que los observara de cerca, decidí grabarlos. Sobre un ladrillo, junto a la cueva, puse la cámara y apreté REC. Al minuto de irme las seis crías comenzaron a salir suavemente, levantando su pequeña cabeza de reptil.

Desde entonces no supe más de ellos. El verano, quizá, permita el reencuentro.