jueves, 30 de julio de 2015

Salvo


Hoy penetré en el laberinto del Palacio Salvo. Lejos del polizón, la cosa contó con guía y, por supuesto, con algunos turistas.
Mientras ascendíamos una de las señoras del grupo no tardó en preguntarme:
—¿De qué país sos?
No imaginan la cara de decepción que puso cuando le dije que era de Uruguay. Entonces, por cortesía, repetí la pregunta.
—También soy de acá —respondió.
Hablamos entonces como uruguayos, señalamos cierto abandono, la falta de dinero y lo lejos que estamos de ese tiempo de opulencia en la que se construyó el edificio.
—Pero mirá que el pasado no fue todo dictadura —me dijo de pronto.
—Sí, claro, la dictadura fue del 73 al 85 —respondí.
—Ustedes, los jóvenes, creen que en el pasado solo hubo dictadura, y yo viví antes de la dictadura. Y viví muy bien.
La señora se apartó entonces rumbo a una chica rubia con acento portugués y aspecto virginal. Mientras tanto yo pensaba en el desprecio de su planteo, tal vez en el rencor. No me incluí entre esos posibles jóvenes cuyo concepto de pasado obraría casi como sinónimo de dictadura, pero, aún en el error, me quedé pensando sobre la posibilidad de cierta mirada miope y cómoda, de cierto modismo negador del pasado por considerarlo tierra donde únicamente hubo represión.

En la cima, el plomo de la ciudad se desbordaba como nunca. Pensé en Montevideo enfrentándose a su propio espejo.


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