Hoy penetré en el laberinto del Palacio Salvo. Lejos del polizón, la
cosa contó con guía y, por supuesto, con algunos turistas.
Mientras ascendíamos una de las señoras del grupo no tardó en preguntarme:
—¿De qué país sos?
No imaginan la cara de decepción que puso cuando le dije que era de
Uruguay. Entonces, por cortesía, repetí la pregunta.
—También soy de acá —respondió.
Hablamos entonces como uruguayos, señalamos cierto abandono, la falta de
dinero y lo lejos que estamos de ese tiempo de opulencia en la que se construyó
el edificio.
—Pero mirá que el pasado no fue todo dictadura —me dijo de pronto.
—Sí, claro, la dictadura fue del 73 al 85 —respondí.
—Ustedes, los jóvenes, creen que en el pasado solo hubo dictadura, y yo
viví antes de la dictadura. Y viví muy bien.
La señora se apartó entonces rumbo a una chica rubia con acento
portugués y aspecto virginal. Mientras tanto yo pensaba en el desprecio de su
planteo, tal vez en el rencor. No me incluí entre esos posibles jóvenes cuyo
concepto de pasado obraría casi como sinónimo de dictadura, pero, aún en el
error, me quedé pensando sobre la posibilidad de cierta mirada miope y cómoda,
de cierto modismo negador del pasado por considerarlo tierra donde únicamente
hubo represión.
En la cima, el plomo de la ciudad se desbordaba como nunca. Pensé en
Montevideo enfrentándose a su propio espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario