miércoles, 19 de febrero de 2014

Oda a las dueñas


Gordas cuchichean en el primer piso.
Dueñas son del lugar.
Controlan cada minuto con peso de oro.
Siempre que se equivocan es a su favor.
Debajo corren niños,
hijos de una clase media con miedo a perder.
Los hay adolescentes,
presos de altas paredes, de santos de yeso y tierra.
Ellas cuentan billetes.
Relojes se pudren en sus lentes.
No saben en qué consiste enseñar,
pero observan que es buen negocio.
Filoso el engranaje untado en sangre.
Atroz la cuerda roja del picaporte.
Siempre en su Olimpo de diosas invictas,
batiendo la falda de los sumisos.


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