Se
ha dicho que América se conquistó a
espada y cruz. La elección fálica no es circunstancial, representa
el poder de la fuerza física y religiosa, culturalmente vinculada a
la figura del varón. En “El viaje” Luis Camnitzer parece jugar
con esta idea, aunque de una forma que puede calificarse de poco
elegante, de cínica, de sarcástica. La complacencia (lo evidencian
la mayor parte de las obras presentes en su muestra uruguaya) está en las
antípodas de este artista que constantemente busca la provocación
de quien observa y analiza. Cualquier sentimiento, menos la
indiferencia.
En
“El viaje” se recrea al miembro sexual masculino. Se lo hace por
triplicado, a partir de objetos que provocan extrañamiento y en una
primera instancia despiertan la risa, cuando no el escándalo. Una
filosa hoja de cuchilla de la cual penden dos objetos navideños que
en Uruguay, inocentemente, llamamos chirimbolos. En cada plateada
hoja está inscripto uno de los tres nombres de las carabelas de
Colón: “Niña”, “Santa María” y “Pinta”, muy presentes
en cualquier uruguayo que haya cursado la escuela y la insistencia de
las maestras por retener estos nombres.
La
vinculación de la obra con el concepto de reproducción es evidente.
Está presente en el propio objeto representado pero también en el
color elegido, repetido en la hoja metálica y en los objetos
navideños, que entablan lo especular y con ello la duplicación,
además de lo espléndido de la oferta (basta pensar en los siempre
recordados espejos de colores). Del mismo modo, las esferas
navideñas, representantes del cristianismo, se han valido de la
fuerza de la espada para diseminar los dones de Dios, la religión de
Cristo en esta nueva parte del mundo. Se ha fecundado una nueva raza,
a través de una hoja cruel que se ubica en una posición estratégica
de combate, con el filo cara al cielo, imagen decisiva para sugerir
la violencia de una conquista sangrienta.
En
cada navidad —parece vislumbrarse— estamos conmemorando nuestra
propia conquista, quizá —sin saberlo— estemos legitimando la
matanza y el oprobio, los brillantes espejos de colores a cambio de
las riquezas y del alma. En 1991 faltaban escasos meses para los
festejos de los cinco siglos de presencia europea en lo que ellos
mismos dieron en llamar América. Somos, al mismo tiempo, hijos de
Europa, más en nuestra condición de uruguayos. Esas tres carabelas…
esa santísima trinidad, esas espadas humeantes.