Foto difusión
No hace
falta presentarlo. Roberto Jones carga sobre sus espaldas medio siglo de
actividad en teatro, televisión y cine. Rostro reconocible, mirada aguda,
palabras que saben caer en el lugar justo, la persona detrás del actor nos
recibe en lo que pícaramente llamó “su oficina”, un típico bar montevideano
sobre avenida Brasil.
El
encuentro duró más de dos horas. Afable, dispuesto a complementar miradas entre
dos generaciones, bien podría decirse que la entrevista fue mudando en charla.
Entre un té mixto y un café, el intercambio fue tomando sabor y aromas, como si
lo previo hubiera sido ese “prender el fueguito” del actor antes de subir al
escenario y encenderse en escena.
La vehemencia
es una de las características de este hombre interesado y preocupado por el
mundo que nos rodea, ímpetu que lo aleja de lo políticamente correcto. Jones
tiene su opinión y no escatima en plantearla. Sobrino del actor Juan Jones y
casado con Teresa Herrera, sobrina de China Zorrilla, cuenta además con un
pasado de militancia política que no le interesa suavizar, primero en el
Partido Nacional y luego en el Movimiento de Liberación Nacional. Todo ello lo
revela un personaje de muchas aristas que, a sus 73 años vuelve de su regreso a
los escenarios con el unipersonal La
memoria de Borges, actualmente y por decisión del actor, fuera de cartel. El
tema del uso de los celulares en sala, la irresponsabilidad de cierto público y
la tibia legislación al respecto, es desde entonces un tema de debate.
La memoria de Borges supo ser
su despedida en 2010 cuando, aquejado por un problema neurológico que afectaba
a su instrumento físico —el cuerpo— decidió retirarse. Desde entonces y hasta
2015, Jones se dedicó a dirigir un total de siete obras y a viajar, entre otros
lugares a Estados Unidos, donde reside su hija y sus dos nietos. El actor fue
verificando que su dolencia iba desapareciendo de a poco, con la consiguiente
sensación de que podría volver a actuar. Así retomó la obra escrita por Hugo
Burel e inspirada en su relación verídica con Jorge Luis Borges. El actor
recuperaba su plenitud: “es muy simple, yo subo al escenario y soy feliz”.
En el 2012
el cine nacional contó con la actuación de Jones en el cortometraje Monstruo, aunque en la pantalla grande
viene siendo, injustamente, un ilustre ausente.
Nace la vocación
“La
vocación primero, después viene la pasión” aclara Jones. La misma fue surgiendo
por influjo de su tío y de sus padres que lo llevaban al teatro, y de algún
profesor de Literatura del liceo. En la Parroquia San Carlos Borromeo del Prado
formó un grupo de teatro donde actuó por primera vez.
En 1960 se
integró al Nuevo Teatro Circular de Convención y 18 de Julio, y apoyado por su
tío comenzó a hacer pequeños papeles en televisión. Ya en la Escuela Municipal
de Arte Dramático (EMAD), como era común entre los estudiantes, empezó a
realizar los llamados bolos, los cuales supieron ser “otro aprendizaje, por un
lado tenías a los grandes docentes y por el otro un contacto con los grandes
actores del Solís”. Con esto lograba un pequeño ingreso que le permitió dejar el
estudio de la abogacía y su trabajo, la pasión comenzaba a ganar terreno.
El español
José “Pepe” Estruch fue, como para tantos, el gran maestro. Cuando la
generación de Jones egresó de la EMAD, bajo la dirección de Estruch formaron el
Grupo 65: “éramos once integrantes, el primer grupo donde comencé a trabajar
profesionalmente con una obra de Lope de Rueda que tuvo muchísimo éxito ya de
entrada. De ahí en adelante no dejé de actuar nunca más, hace de eso cincuenta
años”.
—¿Para qué actuar?
Además de
para cumplir con mi vocación, es un oficio muy antiguo, que nace en Atenas hace
2550 años, desde allí existe el teatro occidental. Su finalidad es la
liberación del hombre. Entretener y educar, trasmitir pensamientos, valores, y
ser espejo de la sociedad, de ahí proviene la palabra espectador. La sociedad
se mira para emocionarse, divertirse, llorar, reír, poder cambiar. Como decía
Lorca, una sociedad sin teatro es una sociedad ciega. Pero el teatro no puede
ser amigo del poder político ni religioso ni económico. El arte es una
resistencia al despotismo, es una expresión de libertad, de lo contrario no es
arte.
—¿Cuánto de renuncia hay en la profesión del actor?
No es una
renuncia, es una imposibilidad de estar en los momentos precisos y necesarios,
en la familia por ejemplo, yo me perdí el nacimiento de mi hija por estar en un
ensayo general; hay cumpleaños, bautismos, casamientos y uno tiene que estar en
el teatro a la noche. Para el actor de teatro es complicado, lo pude retomar
recién ahora que ya soy abuelo; estar los fines de semana con mi familia es una
novedad para mí.
—¿Cuánto de triunfo y cuánto de fracaso conlleva?
Cuando uno
empieza a hacer teatro no piensa en el triunfo y la fama, sí en hacer lo que a
uno le gusta. El que determina no es uno ni los críticos, es el público, si te
acepta una vez, dos, tres, y lo hace a lo largo de los años… El público es el
gran soberano que está en las tinieblas y que observa y juzga. En el caso mío,
soy un enorme agradecido ya que me permitió hacer teatro durante cincuenta
años.
—¿En cuánto ha
cambiado el público en ese tiempo?
Lo primero
que ha cambiado es el volumen. Cuando yo empecé había 120 mil espectadores y
diez espectáculos. Ahora hay 60 espectáculos y 12 mil espectadores.
—Teniendo en cuenta el escaso público, ¿hay que
“casarse” con el espectador?
No. Yo
tengo que hacer lo que dicta mi oficio, mi vocación. También puede haber una
soberbia del estilo “si a la gente no le gusta no me importa”. Uno tiene que
saber trabajar para su pueblo, y no se puede dejar de hacer a los grandes
clásicos. En el arte no hay ni viejo ni antiguo, hay bueno o malo. Los
dramaturgos clásicos son los que pudieron superar su frontera, su lengua y el
tiempo.
Una época oscura
—¿Tuviste que exiliarte?
Estuve
preso en marzo del 72 en Punta Carretas, después de ahí me trasladan a la
jefatura, a la comisaría y después salimos; otros quedaron. Me tuve que ir. Me
echaron. No podía actuar y me exilié. Cuando hubo golpe en Argentina, mi mujer
estaba embarazada y regresamos. Me dejaron hacer teatro independiente, pero me
presenté al concurso de la Comedia Nacional y lo gané con el mayor puntaje
junto con Levón, y no me lo dieron nunca. Y no me dejaban trabajar, conseguía
uno y al otro día me decía el patrón: “ya cayeron los muchachos”. Tuve que
volver a la Argentina. Ahí fue cuando empecé a trabajar con China en el
interior, me conocí todo el país… Ya estaba liquidado el tema del MLN.
—Sí, pero en el 76 asesinaron a Michelini, ya estaba
el plan Cóndor.
Sí, regresamos
la primera vez en ese año, unos días antes que los maten… Yo era muy amigo de
Michelini y de “El Toba”. Querían que nos quedáramos. Pero el discurso de
Videla del 29 de marzo fue muy claro: todos aquellos que hayan tenido un
documento dado por el gobierno peronista no le será reconocido, y a quienes
tengan antecedentes ideológicos en países fronterizos les exhortamos a que
abandonen el país. El peronismo no nos había hecho mucho problema, nos dio
enseguida documentos, en eso estaban a muerte con nosotros, todo lo que era
antiamericano al peronismo le servía.
—¿Cómo conociste a China?
Primero la
vi como espectador, después la conocí y fui amigo y colega, y más adelante,
cuando me casé con una de sus sobrinas, pasé a ser sobrino político, aunque
hasta que murió me llamó “sobrino”.
—¿Cómo fue tu relación con ella?
Excelente.
Cuando estuve exiliado en el 74, la primera obra que hice en Buenos Aires fue
una producción suya. Viví en su casa muchas veces. Luego, a partir del 78 y
casi hasta el 80, hicimos gira por toda Argentina. Yo siempre digo que amigos
tuvo muchos, colegas y parientes también, pero amigo, colega y pariente, solo
yo.
Una tele sin humor
Jones
trabaja en televisión desde los años sesenta, siendo él muy joven y el medio
apenas naciendo. Son recordados, entre otros personajes, el del Flaco Cleanto y
ya en los años ochenta, el personaje de El pensador. Asimismo integró dos
programas que dejaron su marca: Telecataplum y ¡Plop! Sobre la actualidad del
humor en televisión tiene algunos reparos.
—Hablame del Flaco Cleanto.
En el año
70 era un cómic, pero decidieron hacerlo en televisión. Lo hice durante una
temporada, pero justo caí preso, un escándalo nacional ya que era un programa
muy visto. Yo siempre digo que cuando me muera unos van a decir “se murió El
pensador”, personaje que hice después; cuando caí preso Roberto Jones no
existía, “Flaco Cleanto tupamaro” eran los titulares catástrofe.
—El ejemplo del personaje que se come al actor.
Sí, en ese
momento yo era muy joven, no tenía una carrera atrás mío que superara al
personaje, antes de ir a la televisión el personaje ya era popular, y con ella
ya fue masivo. Denevi lo retomó al otro año y ya no lo hicieron más.
—¿Qué te dejó la televisión?
Me dejó
muchísimo, me enseñó a trabajar ante cámara. Se hacía mucha ficción, ahora no. Y
el canal oficial no hizo nada. El partido que hoy es gobierno, cuando nosotros
éramos gremio, siempre reclamó a los canales privados sobre el contrabando
(cuánto le deja al fisco nacional lo que se trae de afuera) y la presencia de
actores uruguayos en la televisión pública. Yo trabajé mucho en canal 5, pero
en estos últimos diez años nada, cero, mal síntoma del canal y mal síntoma del
gremio que se calla la boca —antes gritaba—, eso es poner la cultura al
servicio de la política.
—¿Cómo ves el humor en la televisión actual?
Se supone
que la televisión, además de ser una empresa y una industria, debe cumplir una
función social que es cultural, tiene que estar la ficción y el humor, la
comedia, que puede ser satírica o de otra variante. Pero hoy no hay humor. Hay
que volver estúpida a la gente, y es más fácil hacerla reír que hacerla pensar,
mejor que se ría por cualquier pavada que se cree que con eso se libera y no se
preocupa más y no piensa. Eso empezó en Buenos Aires hace unos años… El gran
último capo cómico fue Olmedo, después de él empezó la estupidización directa,
es la mejor forma de dominar a las masas, transformándolas en estúpidas, la
masa ya no piensa, la masa únicamente se divierte porque la vida se le complica
pero se la complicamos más y le damos más anestesia… Dicen las cosas más
atroces y pasan a la risa automáticamente, sin espacio para la reflexión.
De dramaturgos
—¿Cuáles son tus autores preferidos?
No son
muchos. Por supuesto los tres clásicos griegos: Sófocles, Eurípides y Esquilo. Shakespeare,
Lope de Vega, Ibsen, Chejov, y después los dramaturgos norteamerticanos:
Tennessee Williams, O’Neill, esos creo que son los grandes maestros, cualquiera
que quiera ser dramaturgo tiene que estudiar sus obras. Por ejemplo, yo nunca
hice un clásico griego profesionalmente, pero los sigo estudiando. Y pude ver
ocho versiones de Hamlet, el drama
más grande de la humanidad.
—¿Dramaturgos nacionales?
Florencio
Sánchez ni hablar, Carlos Manuel Varela, Ricardo Prieto, el que fui mi íntimo
amigo, Alberto Paredes, Carlos Maggi, Leites que apuntó en algún momento,
Jacobo Langsner, Juan Carlos Legido, Conteris, grandes, muy buenos dramaturgos
hemos tenido.
—¿Brecht?
Voy a
decir algo que no lo podés decir en Uruguay, porque sigue siendo un tótem. Sí, Brecht
es un gran autor, su obra Galileo Galilei
es de las mejores… Pero puso toda su vida al servicio de una dictadura, entonces
no cumplió la finalidad que tiene el teatro. Nunca actué a Brecht pero lo
dirigí. Incluso tiene la particularidad de que lo das a leer y no encontrás al
marxismo allí. Al contrario, en Galileo
se muestra a un hombre que lucha por la libertad de la ciencia, aunque no lo
hace el comunismo en el gobierno.
—Relacionado a esto, explicame entonces lo del Zoilo
guerrillero.
Ahí está,
fue un error típico de los que estaba diciendo ahora, es poner el drama al
servicio de la ideología. Era un momento muy especial y lo que hice fue una
adaptación de Barranca abajo que
coincidía con la llegada de los cañeros a Montevideo. Fue en el teatro Odeón,
la obra transcurría tal cual era pero al final, Zoilo en lugar de matarse
agarraba el fusil. Me dieron como adentro de un gorro, pero tanto la derecha
como la izquierda, El popular me hizo
pelota, ni hablar de El Día que me
puso en el índex de ahí en adelante para siempre. Fue un error, un exceso de
militancia. Era parte de los tupamaros, por eso lo hice, muchos integrantes del
MLN, al igual que yo, fueron integrantes del Partido Nacional, Mujica es uno de
los varios ejemplos.
Montevideo
Jones ama
la ciudad en la que nació y eligió seguir viviendo, pero, como un ciudadano
más, mantiene sus preocupaciones: “podría haber seguido en Buenos Aires pero
elegí volver, cuatro veces me llamaron, cuatro volví. Pero a veces me quisiera
ir, no quiero estar en este clima, en estas caras, en este relacionamiento, la
seguridad, todos los días matan gente, trabajadores, hay miedo y éste causa
odio, y el odio es la bronca contra cualquiera, es un estado del alma. Antes
había una defensa, valores infranqueables”.
En ese
clima de hostilidad, el actor celebra el hecho de que las expresiones
artísticas sigan teniendo cabida: “es un milagro que exista La memoria de Borges, que la gente se
tome el trabajo de ir a un museo o galería a ver obras de arte, al auditorio
del SODRE en donde sí se están haciendo las cosas bien con la incorporación de
Julio Bocca”.
Crear el personaje
Son
decenas los personajes que Jones ha interpretado a lo largo de su vida. A los
ya referidos en televisión, podemos señalar su particular interpretación en la
tragedia Hamlet. Conversamos sobre su
autodefinición como “máscara suelta” y la relación entre actor y personaje, capital
en su última obra.
—¿Te seguís considerando una “máscara suelta”?
Me sigo
considerando así. Por eso no puede estar más de cinco años en la Comedia
Nacional que te asegura un sueldo, una jubilación si seguís allí, pero yo no me
sentía bien. Es una gran institución que quiero y apoyo, pero yo no puedo hacer
un papel si yo no tengo ganas de hacerlo, en un elenco estable, público o
privado, uno tiene que acatar lo que le dan… y se expresa por contrato. Yo hice
personajes que me gustaron mucho, pero ese sistema no me gusta, por eso decidí
dejarlo. Y eso lo aprendí de personas como “Pepe” Estruch y otros maestros del
teatro. “Si es necesario limpiar el piso —me decía Hugo Masa—vas a tener que
hacerlo, pero hacé siempre lo que quieras hacer, porque esto es arte, el arte
obligado no es”. Si hay un lugar de libertad es este, por eso los regímenes
autoritarios de lo primero que toman poder es de la cultura.
—¿Con cuál mascara te identificas más?
Con la
tragedia. Aunque la comedia me gusta mucho. Tiene que ver con mi manera de
sentir. La tragedia te exige muchísimo más. Generalmente se dice que hacer
llorar es más fácil, no es verdad, uno lo ve en la televisión todo el tiempo,
la gente se pasa riendo y con cualquier pavada. Ahora, ¿cuándo se emociona
realmente? Con la tragedia. Con la risa pasan dos cosas, o se entretiene y se
olvida momentáneamente de sus problemas, o se puede liberar cuando se ve a sí
mismo, se ríe de sí mismo, se reconoce y se puede producir el cambio, también
con la comedia. Pero cuando el hombre llega al llanto es cuando se purifica, y
eso se logra únicamente con la tragedia. Lo que diferencia al hombre de las
otras especies es que es un ser creador, único, puede cambiar su entorno, su
ser, su existencia… Eso se logra a través de la tragedia. La comedia tiene una
parte satírica muy importante que es la crítica social, y hay momentos en que
el humor es mas penetrante socialmente que la tragedia, y es difícil decirle
que no desde el poder. Hay momentos en que el cómico cumple una función social.
—¿A que te referís con “fingir no es crear”?
Copiar,
imitar, fingir es de lo peor en el arte.
—¿No es un artista el imitador? ¿Ni siquiera por
acumulación de personajes?
Imitar es
un don, pero no te transforma en un artista. El imitador parte del exterior, el
artista parte de sí mismo, de su psiquis, y no importa en el arte que sea tal
cual la realidad. Cuando yo trasmito un sentimiento, una emoción, y utilizo un
lenguaje poético, símbolos, estoy creando algo desde mi psiquis, desde ella
construyo otra, pero no le saco una foto y la copio. Yo puedo hacer a Borges,
pero yo no lo imité. Es una construcción que trabajé desde adentro de acuerdo a
lo que Borges me trasmitió.
—¿El personaje persigue al actor?
El
personaje se diluye, como un cometa tiene una cola que hay que dejar diluir
después de la función. Cuando se hacen muchas funciones, como antes que eran seis
por semana, dura más, hay toda una técnica para desprenderse. Yo padre y
abuelo, amigo, ciudadano, no tengo nada que ver con el señor que se mete en el
camarín y sube al escenario, esa es mi profesión, no puede ser lo mismo, no
puedo estar todo el tiempo así, me enfermo de hacerlo. De hecho le pasó al
hermano de Chejov, Michael, cuando hizo Hamlet
no pudo dejarlo, es tan fuerte la personalidad del personaje que se adueñó de
su psiquis, empleó mal la técnica. El arte dramático puede potenciarte todo lo
bueno y todo lo malo: si sos un poquito esquizofrénico te hace todo
esquizofrénico, si tenés autismo te hace autista, si sos sensible te va
sensibilizando cada vez más, si sos creativo te va enriqueciendo… Hay que ser
conciente de que es un instrumento complejo. Porque nuestro instrumento es el
cuerpo y la palabra, el mismo de nuestra persona.
—¿Hay conciencia del público al momento de actuar?
Es una
esquizofrenia conciente, porque estás alerta de todo lo que sucede, que el
caramelo acá, que sonó el celular, que se apagó esta luz, que no dije tal cosa,
y sin embargo el personaje sigue.
—¿Tenés algún ritual antes de actuar?
Yo generalmente voy
dos horas antes, preparo el físico con ejercicios de estiramiento y calentamiento
de garganta, la energía empieza a salir a través de la voz y va calentando todo
el cuerpo. Stanislavski decía que si al actor no le cambia el color de la piel,
no escupe y no transpira es que no hay energía, hay que crearla antes, hay que
prender el fueguito chiquito. Cuando uno sube a escena está además la energía
del público que es muy fuerte. Cuando no hay público se nota, aunque a mí ya no
me importa cuánta gente hay, un solo espectador ya me motiva para hacer la
obra, esa persona que vino lloviendo, con un frío impresionante, merece toda la
entrega.