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El debate en torno al lugar de la crítica en la actualidad resulta complejo. Me parece que la discusión posee muchas aristas y no puede separarse del conflicto social de las últimas décadas (dictadura incluida) y de la irrupción y hegemonía de los nuevos medios.
En la década del cincuenta que no viví, la prensa escrita tenía un rol rector, para saber era necesario leer, no había otra alternativa. El libro, el diario, el semanario, las revistas, eran las principales formas de construir y difundir conocimiento. Y ese conocimiento seducía, motivaba, tenía valor en sí mismo, aprehenderlo podía ser la ilusa misión de toda una vida. ¿Podemos imaginar hoy, sesenta años después, un mundo sin televisión y sin Internet?
No sé si hay menos crítica en la actualidad. Pienso más en una polarización. Parece claro que no goza de la originalidad de otrora, pero me da la impresión que igualmente es valiosa. Hallo que la fundamental diferencia está en que ha cambiado de ámbito: ya no se ubica en la prensa sino que se concentra en la esfera académica, universitaria, bastante más restringida y menos preocupada por un acceso al gran público.
Al mismo tiempo, a nivel social el rol del crítico se ha desdibujado e incluso, deslegitimado. Quizá en ello pese la mayor visibilidad de los hilos que unen al crítico con intereses económicos, políticos, editoriales. Es probable, también, que sea otro coletazo del rechazo social a la autoridad, a los mayores, a los padres, docentes, al que sabe y dice “así no es” y se lo respeta... Lo que ha sido muy positivo en esto (el cuestionamiento a todo lo canónico) se ha transformado en una incredulidad frente a todo.
En la elaboración de las preguntas para estas jornadas, se omitió en una de ellas al simple lector como parte del público objetivo al que apunta la crítica. Esta omisión involuntaria me pareció sintomática: ¿se puede pensar hoy en día en un lector de crítica literaria que esté por fuera del ambiente literario? ¿Es todavía posible formar lectores desde la crítica?
En el otro polo están los medios hegemónicos (TV, internet, radio). Las opiniones que abundan en estos hace rato han dejado de ser las de autoridades en la materia. Esto lleva a creer que no las hay, lo que es muy peligroso. Me da la sensación que ya no interesa demasiado conocer la voz de los que saben, importa más abrir la opinión a todos, hacer escuchar la voz de los que no han aprendido a callar.
A veces siento que la ignorancia ya no genera vergüenza. La TV pregunta al público su opinión sobre un tema que ellos mismos han contribuido a construir en su contenido de información y en su visaje de opinión. Internet, en un alegato de supuesta expresión, abre la puerta a la impunidad de los comentarios, reproductores, casi siempre, de desinformación y agravios. Por no hablar de las llamadas redes sociales… ¿Para qué escuchar al que sabe si uno tiene prácticamente los mismos medios que él para opinar y la opinión de todos es igualmente válida?
Cualquier reflexión parece cerrar con la misma certeza: la complejidad del fenómeno. Dificultad para comprenderlo y más aún para modificarlo. Debatirlo en serio, cuestionarlo, es al menos un principio.