jueves, 12 de febrero de 2015

A lomo del recuerdo

Pocas plantas huelen tan rico como la de tomate. Me toman de la nariz para llevarme a una infancia con dos abuelos en el campo, caminando junto a mí por su vasta quinta, recogiendo algo de la enorme producción hogareña. Pensar que un solo tomate encierra en sí la simiente de tantas vidas, pequeñas plantas multiplicándose para calmar todas las hambres y honrar con su sabor y su color nuestra cocina. En mi patio de apartamento, ya lejos del campo y de la niñez, en mi intento de abonar otras plantas han brotado una docena de tomateras. Triste es saber que no llegarán a dar tomates, no hay sol ni aire ni tierra suficientes. Pero persisten en crecer rumbo a un cielo con claraboya. No darán fruto y quizá ellas también lo sepan, pero hasta la más pequeña de estas plantitas logra arroparse de suficiente perfume, aromas que me transportan a caballo de la memoria. He pensado que parte de su misión está cumplida.